
Por Dr. Luis Sujatovich* –
Publicar un estado en WhatsApp es, probablemente, uno de los hábitos menos valorados de la comunicación contemporánea. Su repetición cotidiana ha contribuido a consolidar la percepción de que se trata de una práctica superficial, más cercana al fisgoneo que al diálogo genuino. Sin embargo, si dejamos de lado los prejuicios que pesan sobre los usos populares de las tecnologías digitales, podemos descubrir en esta acción una forma silenciosa —aunque persistente— de vínculo social. Quien publica algo lo hace con la expectativa de que alguien lo vea, reaccione o, al menos, lo acompañe. Esa expectativa es, en sí misma, una apuesta por lo común.
Reels, memes y playlists: conexiones detrás del contenido
Desde esta concepción, el consumo cultural no se limita a una experiencia pasiva o individual, sino que se configura como una práctica relacional. Cada reel compartido, meme reenviado o playlist recomendada funciona como un acto de conexión con otros. Por ejemplo, un meme que ironiza sobre la rutina diaria puede generar risas compartidas que alivian tensiones y crean complicidad; una playlist que evoca recuerdos comunes puede acompañar momentos de nostalgia colectiva. El consumo cultural puede así convertirse en un espacio para recuperar lo colectivo y restaurar la dimensión social de lo cotidiano. No basta con observar qué se consume, sino que es fundamental atender a cómo, con quién y con qué intención se comparte. En ese intercambio, que a simple vista puede parecer trivial, puede surgir un vínculo capaz de restituir una cercanía muchas veces debilitada por la modernidad.
Repensar lo que compartimos: desmontando prejuicios
El desafío teórico consiste en superar la mirada crítica y pesimista que suele dominar el análisis de estas prácticas. Tradicionalmente, las expresiones culturales de los sectores populares en el entorno digital han sido vistas como signos de alienación, vacío simbólico o falta de reflexión profunda. Sin embargo, esta visión parcial y reduccionista impide captar la complejidad de estos fenómenos. Más allá de enfocarnos en una supuesta carencia de sentido o profundidad, es necesario reconocer que estas prácticas constituyen espacios dinámicos de producción cultural y social. En ellas se despliegan formas legítimas de expresión que articulan procesos de apropiación simbólica, construcción colectiva de identidad y creación de relatos compartidos. Estas interacciones, a menudo invisibilizadas o subestimadas, son prácticas significativas que contribuyen a recomponer vínculos comunitarios y fortalecer lazos sociales en contextos marcados por la fragmentación y la precariedad.
Más que consumo: una práctica cultural activa
Estamos ante la oportunidad de repensar la noción misma de participación social. Lejos de ser únicamente ámbitos de aislamiento o exhibición, las redes pueden habilitar formas sutiles de reencuentro con el otro. Reconocer el sentido social del consumo cultural implica comprenderlo como un proceso activo donde se generan y negocian significados, se configuran identidades y se fortalecen vínculos colectivos. En la vida cotidiana y en los espacios íntimos —frecuentemente desvalorizados— se encuentran condiciones valiosas para recomponer las tramas sociales. Así, compartir un estado, un meme o una playlist no es un acto banal, sino una forma de participación que, en su sencillez, puede contribuir a reconstruir lo social desde lo cercano y lo cotidiano.
*Investigador – Profesor Universitario – UDE – Universidad Siglo 21 –
Fuente de la imagen:https://www.xatakandroid.com/aplicaciones-android/estados-whatsapp-como-facebook-asi-nuevo-diseno-que-les-da-protagonismo