k Por Graciela Gubinelli –
Cuando era niña, Ale soñaba con escribir “cuentos de enamorados”. Vos estás más que preparada para contar todo lo que escuchas en el barrio-le decía su madre. Y era verdad, su mamá tenía razón. No sabía por qué a la joven todo el mundo le contaba historias y con el tiempo llegó a una conclusión: sabía escuchar, poner atención a tiempo, en el momento que nacía una historia allí estaba ella, la novelista de la familia. Así que los relatos la buscaban, la encontraban y ella con el tiempo se transformó en acumuladora y guardiana de lo que la gente le contaba para que lo guardara como a tesoros.
Con los años, las musas de la escritura la alcanzaron y le enseñaron todo tipo de caminos, esos que no tienen retorno porque se conocen de cerca las emociones; entonces la niña ya crecida a joven decidió que estas historias que habitaban junto a ella, serían su medio de vida, pero no económico sino emocional; sería su forma de ser feliz. Ellas no tenían dueños porque la gente se las regalaba, y si se perdían tampoco nadie las reclamaba, fue así como Alelí se transformó en la escritora del pueblo, un regalo de valor incalculable.
Esta elección de vida, se vio favorecida pues le tocó crecer en un barrio donde detrás de las puertas ocurrían los hechos más insólitos e increíbles. Amores y odios más que en cualquier otro lugar. Era cuestión de organizar una visita a algún vecino y ahí estaba, otra aventura esperándola, y se adueñaba de su imaginación. Había que escribir y guardar.
Como la que ocurrió en aquella tarde en la que fue a visitar a la amiga más querida de su tía Inés, la abuela Santina. Todavía hoy Ale no puede creer lo que escuchó. La dulce viejita había decidido contarle la historia de amor que estaba viviendo. Como siempre la encontró tejiendo y mirando el mundo desde su rincón. Observando a la gente de reojo y tratando de adivinar sus vidas y secretos, sus virtudes y defectos, y era por eso que Ale la quería tanto, porque se parecía a ella. Tenía a las personas guardadas en su mente como en ficheros, la de enfrente es tal y tal, la de al lado es así y asá. Y ella era igual, las historias la obligaban a ser ordenada para no olvidar ningún detalle.
Santi, como le decían todos vivía con su hija y su yerno, a quien detestaba en silencio. Así que, al llegar ese día, Ale entró silenciosa, casi sin ser vista para no incomodar a los convivientes. Se sentó en el banquito de siempre, al lado de la abuela, y sintió en la mejilla lo que más le gustaba, la caricia de su mano rugosa pero tibia que la acercó aún más a su amiga dilecta. La viejecita siguió tejiendo y mirando de reojo, siguió escuchando la voz lacerante de su yerno, que le hacía fruncir el ceño.
-Te dije que la veía rara a tu mamá, para mí se está enfermando. Está loca, y es una locura de alguien que, no está bien de la cabeza.
-Rolo, por favor, es mi madre. Respeta su decisión al menos.
Y en voz baja Santina le contó a la joven cuál era su locura. Había decidido pedir que alguien le pintara su ataúd, de colores, como el de Quinquela Martín, lleno de colores, y tenerlo con ella en su habitación, para esperarse mutuamente. Y lo había dicho como una sentencia, y para colmo, para hacer la tarea, había pedido que llamaran a Rafael, amigo de su esposo muerto, y había hablado por primera vez de él con tanto entusiasmo, que casi se dieron cuenta que algo había. Fileteador de oficio heredado de su abuelo, esta vez iba a pintar algo diferente. El pedido también incluía, que el hombre la visitara todos los días, para compartir sus tiempos y recuerdos. El mismo haría esa caja mágica de colores, la compañera de sus días. Santina le contó que amó la idea y que Rafael, que tenía nombre de pintor del renacimiento, la amó mucho más. Le pareció una ocurrencia increíble, única. Jamás había recibido semejante propuesta. Y cuando terminó de decir esto, a Ale se le ocurrió que había un mensaje oculto en lo que quería la abuela.
-No podemos seguir así mi amor. Ya hablé con ese amigo médico de la obra social. El hogar de ancianos es ideal para tu mamá.
-Te parece? A los viejos les hace mal sacarlos de su casa, les hace muy mal. Es un delirio más de mamá, tranquilo.
Y en ese momento, la jovencita vio que la imaginación de la anciana volaba más allá de los límites, vio en sus ojos cuanto deseaba que un águila gigante atrapara con sus garras a su yerno, se elevara y lo llevase a un espacio lejano. Vio lágrimas y su viaje a mundos inusitados a través de la ventana, viajes infinitos, y cuando la nostalgia estaba a punto de derrotarla, volvía a su tejido de colores. Comprobó entonces que en esas idas y vueltas había soñado con Rafael, con el amor a su edad.
Después de escuchar las palabras que sonaron a puñales, miró a la joven y pidió silencio con un dedo en sus labios, silencio. La crueldad había aparecido de visita también, y no pudieron evitar llorar las dos, testigos mudas del dolor. Alelí sintió que Santina corría peligro y se lo dijo. Tal vez este sería su último encuentro, su última historia.
-Ale, muchachita mía, escribí esta historia, yo tampoco nunca te olvidaré, y seguiremos viéndonos- dijo y sonrió.
La idea de perder a su amada amiga la había hecho estremecer tanto que ni siquiera podía pensar en escribir lo que estaba presenciando. Se hizo un silencio profundo en el que tímidamente surgió la voz de la viejecita.
-Hija no discutan más, tengo algo que decirles. Una gran noticia para darles. Ya no tendrán que preocuparse por mí, les devolveré la paz. Rafael, me ha traído estas llaves, Son las de su próxima casa, la que quiere compartir conmigo. Hace mucho tiempo que respetamos la memoria de mi esposo. Hace tantos años que los miro comportarse como tontos porque no saben que hacer conmigo, no disfrutan de nada- y secó una lágrima.
Fue así como contó que Rafael ya tenía todo pintado, lo que ella deseaba y que además había dado colores a su violín, al que amaba desde niño, el violín con el que le daría serenatas a la luz de la luna, en su patio, con la luna que sería de ellos. Contó que cuando la visitaba siempre terminaban hablando de lo mismo, de lo que se amaban. Contó su historia de amor silencioso pero fuerte. Viendo como esa vida transcurría entre peleas, ademanes para no hablar en voz alta y silencios espesos y oscuros.
-Hace años que no me ven, años en los que me he sentido invisible. Organicen sus cosas, tienen tiempo. Después del abuelo Roque, Rafael es el hombre con el que quiero terminar mi vida. Hasta tiene en la que será nuestra casa una habitación y allí estará su atelier y mi sala de tejido. Mi locura lo ha hecho soñar demasiado. Sólo me llevaré de aquí, el florete y sus medallas, triunfos de tu padre, que le dieron tantas satisfacciones, y que adornará nuestra sala. Y por supuesto, el frasco lleno de mis botones de colección, son mis perlas con historias. Lo demás no lo necesito. Tendremos todo.
Ale suspiró profundo. Y pudo ver que los ojos de Santina tenían estrellas. Que los miedos habían desaparecido y que esta si era una historia para guardar. En su silencio de rincón, su amiga había logrado atravesar el infierno de la indiferencia. En su último beso Rafael le había hecho comprender que la vida estaba llegando.
Realizado en el Taller de Cuentos de “Al Pie de la Letra de María Mercedes G”