Lo más inquietante del Titanic no es cómo se hundió… sino todas las personas que debían estar ahí y que, por razones muy concretas, cancelaron su viaje a último segundo.
Antes de zarpar, la lista de ausencias fue sorprendentemente larga. Guglielmo Marconi, el inventor de la radio, recibió un pasaje gratuito para cruzar el Atlántico en el Titanic, pero decidió no usarlo. Prefirió viajar en un barco más pequeño porque decía que podía trabajar mejor ahí. Esa preferencia personal lo alejó de la tragedia.
Milton S. Hershey, fundador de la compañía Hershey’s, ya había pagado un depósito para viajar, pero una reunión de negocios lo obligó a cambiar sus fechas. Su boleto quedó sin usar y tomó otro barco días después.
Henry Clay Frick, magnate del acero, también tenía reservado su pasaje, pero su esposa enfermó justo antes del viaje y el médico les recomendó no embarcar. Cancelaron de inmediato.
Incluso J.P. Morgan, el hombre más poderoso de la naviera que poseía el Titanic, tenía su suite confirmada. A último minuto anuló su viaje alegando un cambio de agenda. Nunca explicó claramente qué lo hizo cambiar de opinión.
Alfred Gwynne Vanderbilt tenía pasaje confirmado, pero un asunto urgente lo retuvo en Nueva York. Ironicamente, años después moriría en el hundimiento del Lusitania.
Theodate Pope Riddle, una de las primeras arquitectas de Estados Unidos, modificó su itinerario el mismo día porque reorganizó su viaje por Europa. Esa simple alteración evitó que estuviera a bordo.
Norman Craig, político británico, canceló su travesía por un cambio repentino en compromisos laborales y decidió posponer el viaje.
Henry Wilde, quien sería el oficial en jefe del Titanic, fue retirado de la asignación por una decisión administrativa de la compañía naviera. Lo movieron a otro barco en el último momento, sin que él lo pidiera.
Otros casos fueron igual de sorprendentes.
J. Stuart Holden, clérigo británico, devolvió sus boletos cuando su esposa enfermó inesperadamente.
Paul R. Bartlett, escultor, canceló por una carga de trabajo que le modificó todo el calendario.
James Kempson también devolvió su pasaje debido a una enfermedad.
Philip Mock cambió de barco por un retraso en su itinerario.
Sarah y Edward Brown cancelaron por una noticia familiar de último minuto.
Los empleados Edwin y Mordecai Weiss devolvieron sus boletos por motivos personales.
El tenista Karl Behr tenía intención de viajar pero sus compromisos cambiaron y decidió posponer.
Y aunque no estaba oficialmente en la lista de pasajeros, Mark Twain fue invitado en una fase temprana del proyecto y se negó por completo a la idea de viajar en el Titanic, diciendo que no quería “tentar al destino”.
Cuando se juntan todos los casos, una cosa queda clara: demasiadas personas con pasajes reales, confirmados o reservados, se bajaron del Titanic por cambios repentinos, accidentes, enfermedades, reuniones, retrasos o decisiones difíciles de explicar.
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