
Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –
Las relaciones de pareja están atravesadas por las condiciones que suscita la red. La aceleración que deviene en impaciencia y la inabarcable cantidad de información que produce (incluso de ignotos miembros de la sociedad, como nosotros) impacta en las posibilidades que tiene de prosperar una relación amorosa. En apenas dos décadas hemos pasado del llamado telefónico, las citas y las esporádicas visitas a los domicilios, a un intercambio incesante de datos, emoticones y mensajes que, como era de esperar, puede conducir a la consolidación de la pareja o su ruina más inmediata.
Bauman en su libro “Amor líquido”, publicado en 2011 ofrece, como era previsible, una sombría interpretación: “en una vida de continua emergencia, las relaciones virtuales superan fácilmente lo real. Aunque es ante todo el mundo offline el que impulsa a los jóvenes a estar constantemente en movimiento, tales presiones serían inútiles sin la capacidad electrónica de multiplicar los encuentros interpersonales, lo que les confiere un carácter fugaz, desechable y superficial. Las relaciones virtuales están provistas de las teclas suprimir y spam que protegen de las pesadas consecuencias (sobre todo, la pérdida de tiempo) de la interacción en profundidad”. La primera cuestión a señalar sería si es válido distinguir lo virtual de lo real, quizás ambas categorías ya no puedan conformar una dicotomía. En línea o analógicamente, presencialmente (¿de qué forma se debería mencionar la mera acción de existir fuera de la red?) somos reales. La presencialidad no determina nuestra existencia. También resulta oportuno destacar que las funciones de las teclas suprimir y spam son preexistentes de la informática, basta escuchar un tango para corroborarlo. Casarse con la primera pareja no es una costumbre que se haya perdido por los efectos de la digitalización de la cultura, o por su extrema liquidez. Por último, es preciso recalcar que la fugacidad de los encuentros no debería considerarse, siempre, una falencia, una pérdida, un error. ¿O acaso no es una ventaja tener la oportunidad de saber algo acerca del otro sujeto antes de concurrir a un paseo?
No resulta convincente la ecuación que propone el autor: más comunicación no significa menos compromiso sentimental. ¿Cuántas relaciones se sostienen gracias a Internet? Si resulta más sencillo separarse, dado que poseemos múltiples formas de hacerlo, ¿no constituye una ventaja para las nuevas generaciones? Un mensaje de audio vuelve a las personas descartables, pero una carta no. ¿Por qué? Tal vez se trate de una reacción conservadora disfrazada de crítica social disruptiva. Los nuevos lenguajes tienen incidencia en la conformación de los vínculos, pero insistir en las malas experiencias sin detectar ninguna potencialidad esperanzadora es casi una forma de maldad. De tristeza.
Pregonar, junto a Jorge Manrique, que “todo pasado fue mejor” sólo propone un horizonte que en vez de impulsarnos hacia adelante, nos condena a lamentarnos por el pasado que perdimos. La inestabilidad del amor (y sus agudas dolencias) no pueden reducirse a las maneras que adoptan las interacciones. Ni en la red. Ni en la calle. Cada generación trata de resolverlo como puede. Los de afuera, somos de palo.