Las innovaciones son nuestras, la interfaz es ajena

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

Cada interfaz  nos hace sentir que tenemos el control de los dispositivos digitales. Y por eso nos fascinan. Interactuar con ellas supone transgredir el mero acto de consumo porque permite  establecer  las condiciones mínimas para que la apropiación no sea sólo simbólica.  En “La invención de lo cotidiano”, Michel de Certeau establece una tensión entre las tácticas del débil para contrarrestar la estrategia del poderoso. Es, sin dudas, un modo pertinente de conceptualizar cualquier uso: una empresa trata de condicionar su manipulación en favor de sus intereses y los usuarios se aprovechan para actuar conforme a sus necesidades.  Aunque las reglas las ponen los creadores de las plataformas, los usuarios somos los jugadores. Y allí se establece el tenso diálogo entre ambos: el mayor problema no es la disparidad de fuerzas, sino que la batalla no tiene fin.

La cuestión, por lo tanto, está reconocer dentro de las condiciones que propone la red, la incidencia de los usuarios/productores y en cómo han ido resultando las confrontaciones, al menos, durante las primeras dos décadas de este siglo. Es cierto que no existe ninguna estadística al respecto y tampoco podríamos fiarnos de ningún estudio que – aún en términos muy someros y alusivos – ofrezca una versión de los resultados obtenidos por los contrincantes. Sin embargo, tenemos una posibilidad de aproximarnos al estado de situación, pero de un modo diferente: no desde los guarismos sino desde la teoría. Es una metodología bastante frecuente en las ciencias sociales. Cuando la respuesta resulta inaccesible, se evalúan las preguntas que se estaban formulando. Y si es necesario, se cambian. Entonces, afuera los datos, adentro las posibles interrogaciones que habilita la relación entre una interfaz y el sujeto.

El libro “Las leyes de la interfaz” de Carlos Scolari nos ofrece una aproximación muy original y productiva para establecer algunas particularidades sobre el vínculo entre plataformas, sociedad y tecnología. Dos de ellas, las leyes nueve y diez, poseen una extraordinaria potencia epistemológica: “El diseño y uso de una interfaz son prácticas políticas y La interfaz es el lugar de la innovación”. Si la interfaz es “el lugar de la interacción”, estamos aceptando que detrás de cada elección hay mucho más que una preferencia. Hay se compendia un modo de habitar la red.  Nuestras decisiones nos arrojan a una existencia política, aun cuando sólo estamos eligiendo un producto o nos estamos registrando en una plataforma. Maldita persistencia de la ética que no sabe respetar los límites individuales del consumo posmoderno.

En cuanto a la innovación, se colige que surge a consecuencia de la decidida labor de la sociedad para utilizarla. Es el producto de la huella que dejamos en cada interfaz. En consecuencia, es nuestra obra aunque se les suele otorgar el mérito a los desarrolladores. Millones de personas a diario buscando cómo mejorar su experiencia y dejando rastros de sus adaptaciones. Basta con acapararlas y administrarlas con criterio para que las nuevas funciones aparezcan. La inteligencia colectiva, propuesta por Levy, existe pero bajo el rango de insumo mercantil. Las innovaciones son nuestras, la interfaz es ajena.