La red también funciona gracias a la tracción a sangre

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

La contratación de los servicios de envío a domicilio es una de las formas más simples de advertir que la red tiene una dimensión humana. Las empresas internacionales cuyos nombres son tan fáciles de recordar,  conforman un ambiguo ejemplo acerca de las condiciones laborales que la posmodernidad les ofrece a la juventud. Las extensas jornadas, el magro jornal y los riesgos que deben enfrentar a diario no constituyen más que un mero detalle en la economía digital. Sin embargo, nos habilitan a efectuar una interpretación menos complaciente. No parece suficiente que nos atengamos al antiguo esquema de oferta y demanda para dar por saldado el debate, ni tampoco que recurramos al ejercicio de los derechos del consumidor y de la libre empresa, si no incluimos en el esquema de análisis, a quienes hacen posible las transacciones. Cada vez que utilizamos una aplicación para hacer un pedido no sólo funcionan algunos comandos y se ajusta un algoritmo, algunos seres humanos también se ponen en movimiento. Y mientras los datos quedan encriptados, las personas se arrojan a la intemperie.

Esteban Magnani en su libro “La jaula del confort”, publicado en 2019, propone una descripción precisa de las circunstancias tecnológicas, empresariales y sociales que brindan el contexto para su desarrollo: “si bien estas plataformas austeras representan todavía una parte menor de la economía digital, se exhiben como modelo a seguir. ¿Qué hay de nuevo en estas plataformas austeras? En la superficie se perciba una experiencia de usuario más amable, sin fricción y con un aura de modernidad para el consumidor que agradece la eficiencia; mientras por debajo están las viejas prácticas de explotación, dumping, evasión de impuestos y concentración de ganancias que antes se distribuían entre varios competidores. Esa eficiencia se utiliza para generar lazos laborales más flexibles en un contexto de aumento de la desocupación”.

La ecuación parece por demás desfavorable para quienes no tienen la oportunidad de elegir qué lugar pueden ocupar. Es cierto que la ausencia de clientes supondría una situación aún peor, pero eso no debería conducirnos a suponer que “el mercado se regula solo” y que, por lo tanto, nuestra responsabilidad no puede atender las necesidades de quienes son perjudicados. Sin demorarnos (acaso inútilmente) en las elucubraciones morales que podrían esgrimirse, no es aceptable distraernos, aunque sea en términos teóricos, acerca de que la red tiene un componente básico que es tan antiguo y desvalorizado que parece inocuo: el esfuerzo humano. 

El vínculo entre las plataformas, los consumidores y los trabajadores no puede proseguir sin una inspección detenida y comprometida de cada uno de los Estados nacionales en los que funciona. Cuando se hace referencia a las potencialidades del gobierno electrónico y del gobierno abierto, nunca se hace alusión a las regulaciones que debería formular para que su presencia no se limite a brindar información o a facilitar la gestión de un trámite. El trabajo nunca es sólo un acuerdo entre particulares, mucho menos puede serlo en la red.