La opinión pública digital es válida porque es múltiple

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

La opinión pública siempre fue múltiple, dinámica y por lo tanto inabarcable. Sin embargo, en un afán positivista aceptamos, durante todo el siglo XX, que las encuestas y los medios, tenían acceso a ella. O, eran capaces de recrearla con cierto rigor y éxito. Nos acostumbramos tanto a usar esa expresión que acabamos creyendo en ella, como sucede con la realidad. La volvimos unívoca, concreta y administrable. Hasta contribuimos a solventar la ficción que a cada territorio le correspondía una o, como máximo, dos, grandes opiniones. Hay que reconocer que administrar el mundo desde las dicotomías también tiene sus ventajas: en tanto empobrece también vuelve accesible cualquier cuestión.

El siglo XXI nos obligó a asumir que ese relato había caducado. La inconsistencia de las nociones que habían forjado a la modernidad, desde el Estado nación hasta el compromiso político, impidieron el suministro de confianza en las nociones que se desprendían del periodismo, el gobierno y la dirigencia opositora. Los influencers fueron los primeros en señalar que aquel esquema no podía contener la voracidad que pueden generar millones de subjetividades coincidiendo con suma expectativa pero sólo por el momento. Adherir a una causa sin cargar con la responsabilidad de hacerla un modo de vida, es, probablemente, el modelo más eficaz para desarticular las nociones que arraigaban una opinión a la clase social, la geografía y género. Hoy se puede estar a favor de las ballenas y mañana de los pescadores y nadie teme por eso. Incluso ambas campañas podrían ser impulsadas por el mismo sujeto y nadie supondría que es falso o contradictorio.  Si el deseo es cambiante, ¿por qué la opinión no?

Es interesante advertir que los lamentos acerca de estas nuevas formas de ciudadanía provienen de quienes también cambiaron (y mucho) de parecer, pero como se forjó en la intimidad o sólo bajo el apercibimiento de un limitado círculo de amigos, parece constar de otra valía. El número de personas que se enteran es el problema, ¿no es cierto? Además, considerando que la participación emerge de una voluntad que niega toda atadura y que se asume digital en su naturaleza, breve en su extensión y empática en su consecución, no hay espacio para solicitar el carnet del partido ni para aplicar las categorías que suele utilizar la militancia oficial. Quizás resulte extraño, pero en esa forma caótica de concurrencia hay menos margen para describir a los sujetos como alienados: su voluntad no se conquista con signos del pasado.

Los algoritmos están haciendo su aporte para reconfigurar el sentido, la permanencia y la autoridad de las opiniones. La fundación estadounidense  Knight  especula que en los próximos veinte años se desintegrarán los medios masivos y ello ocasionará la pérdida de la cultura pública. No es aventurado – sostienen – imaginar “un universo de 5000 canales”. En esas condiciones nadie podrá jactarse acerca de su influencia en la sociedad y tendremos más posibilidades de ser escuchados, porque bien sabemos que no todas las batallas tienen el privilegio de alcanzar las portadas. Siempre tendremos el recurso de horrorizarnos. Pero así no estaremos ayudando a la sociedad. Y mucho menos, a las ideas que, hoy, acompañamos.