La inclusión de los sujetos en los medios de comunicación: una práctica con larga historia

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

Uno de los prodigios más celebrados respecto a los medios de comunicación se refiere a su capacidad de registro y almacenamiento de acontecimientos sociales. Gracias al desarrollo tecnológico fue posible desde las primeras décadas del siglo XIX contar con equipos que pudieran captar imágenes. Si consideráramos a la prensa como un agente pasible de esas potencialidades, deberíamos retroceder varias centurias. Sin embargo, más allá de las desavenencias que la línea de tiempo pudiera suscitar acerca de los hitos de la comunicación humana, no hay dudas que el siglo XX aceleró los procesos y que para la década del ´50 ya se podía grabar audio, video en color y registrar con cámaras portátiles de sencilla manipulación considerando las dificultades que suponía, por ejemplo, accionar una cámara de fotos hacia finales de 1900.

Quizás podríamos postular que la apropiación familiar y luego individual de esos dispositivos haya estado alentada por las crecientes posibilidades de usarlos para fines menos petulantes pero más significativos. Por supuesto que no se desconoce el rol del mercado que – como bien sabemos – en su afán por vender mercancías no teme que cualquier objeto se convierta en uno. Pero sin subestimar esta influencia y en la búsqueda de algunas explicaciones que nos permitan desentrañar el incesante encuentro entre dispositivos, la red y las experiencias de los sujetos, resulta oportuno recordar que las cartas de lectores – que aún subsiste en los diarios -, las llamadas a las emisoras, los programas de radio en las estaciones de FM barriales, las modestas producciones televisivas que se emitían en las sedes locales de las grandes cadenas de cable y más tarde los blogs conforman una sostenida tendencia: más que receptores la sociedad parece haber encontrado en los medios una forma de relación con ellos y a través de ellos con la sociedad que nunca se agotó en la mera recepción. En la extensa cadena que une el primer periódico al último posteo hay una constante y no se trata de los potenciales interesados, ni de la realidad compleja que atraviesan desde antaño las sociedades, sino más bien en la frecuente búsqueda de hallar un espacio propio. Se podría pensar que se trata de una simple búsqueda de obtener renombre, pero quien produce a diario contenidos sobre el origen de la literatura gauchesca realmente supone que su destino puede ser convertirse en un tiktoker con millones de seguidores. Probablemente no.

En consecuencia, esta tensión entre consumir, producir y vincularnos no es nueva. Aunque sin dudas nunca la humanidad dispuso de tantas y tan accesibles posibilidades como en los últimos años.

El deseo por estar en la escena mediática o que ella se constituya en los ámbitos cotidianos no parece consistir en un capricho posmoderno que encuentra solaz en la mera utilización banal de sofisticados equipos (algo así como un solapado reproche a la modernidad que nos trajo hasta aquí munidos de artefactos pero carentes de una densidad humana que nos justifique). Llevamos mucho tiempo manipulando signos y tecnologías acaso porque nos resulta muy seductor representarnos, es decir quedar solapados por imágenes y sonidos aún a riesgo de transfigurarnos.