
Por Dr. Luis Sujatovich* –
La posmodernidad parece haber perdido lo épico: ya no hay relatos que nos impulsen a superarnos por algo más grande que nosotros mismos, por el bien común o por el deseo de ser parte de una herencia que nos trascienda.
Ante esa ausencia, predominan la lógica del cálculo, la eficiencia y la autogestión como sucedáneos existenciales. El sujeto contemporáneo persiste aislado, sin coordenadas simbólicas que le permitan imaginarse en una trama de sentido que sea más relevante que su individualidad.
Entre el consumo y la catástrofe: relatos que no alcanzan la épica
Los únicos relatos que hoy adquieren un alcance planetario parecen oscilar entre dos polos: la exaltación del consumo y la denuncia de sus consecuencias. Por un lado, se nos ofrecen constantemente más productos, acompañados de la exigencia implícita de desearlos y adquirirlos. Por otro, se multiplican los discursos sobre miserias, guerras, migraciones y desastres naturales derivados de una ambición sin límites, tanto de las élites como de quienes aspiran a serlo.
Esa doble retórica —victoriosa en su celebración del consumo o críticamente pesimista en la enumeración de sus efectos— no logra constituirse en una épica. Cambiar el auto todos los años o asistir al desastre natural de cada día, no tienen la impronta ni el sustento necesario para convencernos: un héroe no puede nacer en un supermercado. Y si no nos salvamos de la catástrofe, es porque no existen.
Tecnología: el simulacro de la épica
La tecnología aparece como el único relato capaz de ofrecer una promesa de trascendencia. No porque proponga valores compartidos o gestas colectivas, sino porque nos permite imaginar que nuestros actos individuales —crear una app, viralizar una idea, diseñar una solución algorítmica— pueden adquirir una dimensión heroica. No debemos suponer que la tecnología sea nuestra fuente de gestas cotidianas, sino que nos ofrece la ilusión de que lo cotidiano puede adquirir un brillo excepcional si se mediatiza, se escala o se automatiza.
El sujeto contemporáneo, desprovisto de coordenadas simbólicas fuertes, se aferra a la potencia técnica como sustituto de sentido. La innovación reemplaza al mito, el algoritmo al destino, y la eficiencia al sacrificio. Pero esta épica es solitaria y, por lo tanto, estéril ya que no convoca a otros, no funda comunidad, no construye legado. Es una épica sin héroes, o con héroes que se confunden con influencers, emprendedores o visionarios que operan en un mundo sin dioses ni batallas, donde el único enemigo es la obsolescencia.
El desafío de reencontrar el sentido
Nadie sabe cómo fundar una épica, quizás por eso nos aferramos a sus simulacros. La tecnología, con su promesa de novedad constante, nos ofrece gestos que parecen grandiosos pero que no se inscriben en ninguna memoria colectiva, por fuera del acto individual que nos convierte en usuarios. No hay rito, ni mito, ni comunidad que los sostenga. Solo queda la aceleración, la visibilidad y la esperanza de que algo —algoritmo, dispositivo, plataforma— nos devuelva el sentido perdido. Pero sin relato compartido, sin figuras que encarnen lo común, la épica se disuelve en espectáculo. Y el espectáculo, por más brillante que sea, no salva.
*Investigador – Profesor Universitario – UDE – Universidad Siglo 21 –
Fuente de la imagen:https://ignaciogavilan.com/los-altavoces-inteligentes-como-caballos-de-troya/