La discapacidad es otra dimensión de la brecha digital

Profesor Dr Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

Habitar la red es la sumatoria de los derechos que constituyen la ciudadanía digital junto a las prácticas de consumos culturales y a las diferentes construcciones de subjetividad que se construyen desde múltiples registros, espacios y referentes. Un youtuber, por ejemplo, bien podría contribuir a modificar el modo de observar videos, pero también podría convertirse en un modelo a seguir y en un motivo de adhesión de miles de personas alrededor del mundo. Para ejercer los derechos básicos y también para gozar de los variados contenidos, actividades y propuestas que ofrece la red es preciso eliminar la brecha digital. Y frente a ello, a pesar de las dificultades que está suscitando su resolución, hay un fuerte consenso. Sin embargo, si avanzamos en la indagación podremos advertir que ni siquiera en un concepto tan amplio y divulgado están incluidas algunas formas de exclusión que a diario sufren un conjunto de personas que no están directamente vinculadas a las problemáticas económicas y de formación en competencias digitales. Me refiero al colectivo de discapacitados.

No se trata de hacer una lista de las aplicaciones y dispositivos que permiten realizar algunas actividades ni tampoco de suponer que no es un objeto de deseo de esos sectores empoderarse y de aprovechar las ventajas que puede ofrecer. Es preciso señalar que si aceptamos el paralelismo (o acaso la continuidad) de la ciudadanía “analógica” y la digital, no podemos menos que admitir que para ellos se trata de una condición de menor rango.

Si hacemos un repaso breve (y si me permiten también frívolo) advertiremos que las redes sociales no están preparadas, por ejemplo, para quienes padecen una disminución visual.

Los juegos, los sitios de música y casi todos los espacios para realizar compras suelen tener la misma perspectiva. Es cierto que se podría aumentar el zoom de la pantalla pero ello no significaría que forman parte del destinatario que se están planteando. Los teclados en braile son un ejemplo de ello, se modifica el hardware, no la red.

Pero esta situación no es exclusiva de la esfera privada de la red sino también de la presencia del Estado. Las gestiones suelen tener una primera instancia de resolución digital (y no me refiero sólo al período de excepción impuesto a raíz de la pandemia) que refuerzan una tendencia excluyente: si se padece alguna discapacidad resulta muy complicado (o imposible) efectuar la acción requerida. Entiendo que un familiar o un amigo podrían hacerlo (como sucede en diversas situaciones relacionadas con el home banking), demostrando así que no es posible alentar su autonomía.

No se trata solamente de aliviar la conciencia distribuyendo diatribas, ni tampoco me considero un avezado en políticas de inclusión digital. Además la asunción del reclamo (aunque sea evidentemente justo) incurriría en la misma falencia que se señala: reclamar en nombre de ellos de alguna forma supone admitir que por sí solos no pueden hacerlo. Y la propuesta es, precisamente, la opuesta. La red debe convertirse en un espacio habitable, flexible y con facilidades para que cada quien la habite según sus gustos y necesidades.

No hay dudas que en términos técnicos están dadas las condiciones. Falta que lo asuman las corporaciones y el Estado. No será sencillo, pero habrá que recordarles a diario que “donde hay una necesidad nace un derecho”.