Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –
La intensa relación que mantenemos con el celular representa uno de los rasgos más salientes – acaso junto a la selfie – de la cultura contemporánea. Según diversos estudios solemos consultarlo entre 85 y 150 veces por día, dejando de lado la validez de los datos y también omitiendo el enorme rango existente entre ambas cifras, no parecería razonable discutir la importancia que ha cobrado. Pero no se trata sólo de señalar la incidencia en nuestros hábitos ni tampoco de asombrarnos a fuerza de cantidades y estadísticas. Hay otro asunto que – quizás- sea más interesante y para ello necesitamos recurrir a la ciencia ficción, principalmente cinematográfica: el temido poder que la tecnología podría ostentar para dominarnos y hacer de la especie humana sus esclavos de bajo rango intelectual.
Se podrían mencionar, sin ningún atisbo de exactitud ni de totalidad, a Terminator (1984) y sus continuaciones, la saga de Matrix, iniciada en 1999, que llegó a permear el discurso político y social con sus famosas píldoras de colores, pasando por Yo robot (2004) e incluso en el género infantil Wall E (2008), ofrecen versiones de un futuro que pone a la sociedad en desigualdad de condiciones frente a su adversario digital. Del más estrepitoso apocalipsis a diferentes formas de sojuzgamiento, las fantasías (o pesadillas) en torno a su emancipación. Allí queda en evidencia, más que una posibilidad cierta sobre la cual habría que tomar precauciones, el deseo incesante de ejercer el poder por parte de cada uno de nosotros. Suponemos que si las computadoras tuvieran voluntad, accionarían sus potencias para oprimirnos. Es, sin dudas, la versión menos feliz pero más real del trasfondo humano que las impulsa.
Sin embargo, conviene resaltar que en ningún caso se establece que nuestra casi invisible dependencia con el teléfono portátil podría representar una forma de acción inhibitoria de alguna capacidad, conformando así una sociedad híper individualizada que parece reducir su pensamiento y su acción a un modo pasivo y complaciente de habitar la red. Eric Sadin, en su libro “La humanidad aumentada” (2017) afirma la prevalencia del smartphone a partir de considerar que “reviste características que exponen un pico de inteligencia, lo que testimonia un salto en la historia de los objetos electrónicos”. El autor francés no habla de la capacidad humana para crear el dispositivo, sino de su desempeño autónomo y en consecuencia, de nuestra solapada pero reconocida sujeción a sus designios, aplicaciones algorítmicas mediante. Pero acerca de ese particular vínculo, todavía no hay noticias en la ficción audiovisual.
En la literatura, por el contrario, hay al menos un antecedente esclarecedor, estupendo e inolvidable: el breve relato de Cortázar “Instrucciones para dar cuerda al reloj”. Allí nos recuerda que “te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo (…) Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj”.
El celular, como todos sabemos, también trae un reloj.