Por Dr. Luis Sujatovich* –
La centralidad de los medios de comunicación para la construcción de sentido acerca de la realidad, o, mejor dicho, su persistencia para incidir en cómo pensamos y acerca de qué temas, resulta una certeza que en pleno siglo XXI sigue vigente, aunque el ecosistema mediático haya sufrido una transformación sustancial. Una de las premisas de gobiernos y organizaciones internacionales sigue siendo la enseñanza a la población acerca de las precauciones que cada sujeto debe poseer para enfrentarse a ellos.
La preocupación por el vínculo entre la sociedad y los medios ha suscitado que hasta la UNESCO genere campañas de concientización para abordar la denominada Alfabetización Mediática e Informacional. Sostienen que su principal objetivo es “contribuir a fin de que las personas puedan pensar de manera crítica y hacer clic sabiamente”. Se trata, en consecuencia, de establecer el origen y la intencionalidad de cada noticia, con el fin de generar competencias que impidan la proliferación de información falsa.
La existencia de ingentes cantidades de publicaciones conforma un sustento inapelable a tal loable fin, sin embargo, cabría considerar una dimensión previa que no suele estar tan presente en las capacitaciones y jornadas acerca de la valoración información: su pertinencia. ¿Por qué debería preocuparme primero por el origen sin antes esclarecerme si me sirve? La primera alfabetización debería ser acerca de la necesidad y no de su procedencia y veracidad. ¿O acaso es importante que sepa si las polémicas fotos que incriminan al presidente de Bulgaria con su amante son ciertas? De ninguna forma se busca alentar la indiferencia, pero la abundancia sin un criterio ordenador se asemeja mucho, ¿no es cierto?
Basta revisar un portal para comprobar que la gran mayoría de las noticias ni nos afectan ni nos interpelan. Para que eso sucediera deberíamos estudiar permanentemente historia, geografía, economía, etc., sin que eso signifique, por supuesto, que nos involucremos en un proceso de mayor conciencia sobre nuestro entorno. Conocer el devenir de la economía de Dinamarca o el precio del oro en Australia es poco probable que tenga incidencia en mis acciones cotidianas ni en mi interpretación de la política del municipio que habito. Antes bien, se podría considerar que funcionan como distractores.
Ello no implica volver sobre el remanido poder absoluto de los medios, pero ante tanto detractores que señalan que los hechos al volverse noticia en la red pierden su densidad y se consume como una píldora, no estaría mal que evaluaran si eso sucede porque se confunde cantidad con calidad.
La tarea del sujeto contemporáneo es muy ardua: tomar conciencia de sus necesidades respecto a las noticias es más complejo que reconocer la intencionalidad de una publicación, o su falta de fuentes confiables. Pero la alfabetización sigue suponiendo que somos ciudadanos del mundo y que todo acontecimiento es noticia y toda noticia puede ser un engaño. Y allí nos dejan, desconfiados, pero en soledad. ¿No sería mejor que la alfabetización comenzara por los asuntos relevantes del barrio? Quizás el problema no es la abundancia de información falsa, sino nuestra carencia de parámetros para validar aquella que necesitamos.
*Investigador – Profesor Universitario – UDE – Universidad Siglo 21 –
Fotografía: https://unsplash.com/es/fotos/hombre-sentado-en-un-banco-leyendo-el-periodico-_Zua2hyvTBk