Internet de las cosas: algunas interrogaciones para evaluar su expansión

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

Internet de las cosas es la denominación que le han dado los desarrolladores e ingenieros  a la vinculación de numerosos artefactos a la red. La automatización de los procesos ha llegado al momento más imaginado por la ciencia ficción: electrodomésticos, máquinas e industrias que puedan prescindir de la acción humana para cumplir con sus funciones. La disminución de errores por parte de los equipos – a diferencia de nuestra tendencia a ser falibles – suscita una glorificación que amenaza con desestabilizar todo el orden productivo y laboral. Afirmar que los empresarios prefieren robots antes que humanos, es tan evidente que no admite muchas discusiones. No habría problemas de salud, menores costos, sin sindicatos ni exigencias de mejoras salariales ni de condiciones de trabajo. Algo así como el paraíso del empleador despiadado y voraz. Pero no se agotan allí las consecuencias de esta digitalización. Y no me refiero, volviendo al cine fantástico, a una rebelión de las computadoras, ni a nada semejante. La cuestión es más compleja y acaso más interesante.

Si este acelerado avance informático continúa su marcha ascendente podremos hallar sus ramificaciones por casi todos los ámbitos de la vida social e individual y entonces se abrirán algunos interrogantes que podríamos resumir de la siguiente forma: ¿en quién confiaría usted ante una dicotomía entre el criterio de una persona y el de una computadora? Para ir de lo simple a lo complejo, podemos citar los numerosos casos de fallos en los partidos de fútbol. La razón suele acompañar a la tecnología y no al criterio de las autoridades en el campo. Los resultados no han sido los esperados. De igual forma, ingresando ya en asunto relevantes, se han sucedido errores inesperados en el campo militar, en los aeropuertos, en las estadísticas, etc. No estoy queriendo señalar, porque sería un error enorme, que las máquinas son como nosotros, ya que a veces tienen defectos. No es tan simple el señalamiento que quiero formular: la cuestión es si siempre debe primar el criterio surgido de un software, ya que las estadísticas indican que tienen un margen de falla muy bajo, o es preciso sostener el discernimiento humano, al menos como una alternativa.

Si la expansión de las interconexiones permite disminuir el gasto energético, el impacto medioambiental de las fábricas, disminuir los accidentes y colaborar en la salud, nadie podría oponer obstáculos, considerando el beneficio que nos reportaría. Sin embargo, algunos usos exigen una reflexión ya que suponen soslayar la subjetividad, lo cual implica también las circunstancias y las emociones que podrían estar involucradas en algún acontecimiento. O aún peor, en un diagnóstico: supongamos que un médico disiente con el tratamiento definido por la aplicación digital. ¿A quién le confiaríamos nuestra salud? La expansión de Internet quizás logre que se vuelva invisible, ya que su presencia será tan persistente y cotidiana que acabaremos por ignorarla. Y ello compone un peligro: acabaríamos aceptando una sumisión que eliminaría nuestra subjetividad. ¿Llegaremos a convertirnos en objetos de otro objeto?