Encontrar el destino sudamericano en la posmodernidad

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

La condición argentina tiene un sostenido componente de atracción hacia el exterior. Acaso como un resabio cultural de la enorme cantidad de inmigrantes que arribaron al país desde finales del siglo XIX, nos sentimos atraídos por construirnos otro destino afuera. Es probable que no sea el único caso en Latinoamérica, y acaso allí podamos reconocer un punto de contacto para la quimera de la hermandad regional.

Es innegable que la situación social y económica es una constante agresión a cualquier tipo de iniciativa y esperanza de cambio. Sin embargo, hay una cualidad contemporánea que distingue a las nuevas generaciones respecto al modo que afirman, a partir de su exhibición en la red, su preferencia acerca del exilio voluntario, como un rasgo cosmopolita, como un gesto identificatorio con el consumo, con el goce, con el verdadero sentido de la vida que, por supuesto, nada tiene que ver con las fronteras y las nacionalidades. Así se presume el voluptuoso individualismo, como única forma de éxito personal, y así se habilita que miles de emigrantes utilicen la red para expresar su satisfacción ante las nuevas posibilidades que les brindan otras geografías. Su mensaje suele traducirse en: hay un atajo para vivir mejor y ser feliz: irse a vivir al primer mundo. Y ante esa actitud no voy a oponer ni valores patrióticos ni gastaré infames términos chauvinistas. No hay una única forma de experimentar una identidad y sobre la vida de cada quien no tengo ninguna autoridad ni mérito para opinar.

Poema de Jorge Luis Borges

Pero es sencillo reconocer que la estrategia discursiva es impúdicamente egoísta. Pero también habría que señalar que suele ser una satisfacción momentánea. De corto plazo. Pues si bien se exilian para acceder a un porvenir más confortable, es cierto que en la mayoría de los casos sólo acceden a oficios y profesiones de bajo rango que, paradójicamente, no tienen mucho futuro. Es decir, son aceptados por su juventud (y por el bajo precio que deben pagar por su fuerza de trabajo) pero como se tratan de empleos que obligan a un desgaste físico importante, es muy probable que no los requieran cuando hayan pasado los 45 años. El confort de la juventud se transforma en la incertidumbre de la mediana edad. El reemplazo de la mano de obra no calificada se realiza de forma automática: nuevos jóvenes ocupan el lugar de quienes han dejado de serlo, que no sólo son menos productivos sino que además son más exigentes respecto a las condiciones de contratación. Y es allí, entonces, cuando –a pesar de la distancia que los separa del país y del tiempo transcurrido – se ven interceptados por el destino sudamericano y de ese trance nadie sale indemne.

Y sólo uno tuvo el privilegio de ser inmortalizado por Borges.