Por Aylin Mariani* –
Murió Brigitte Bardot. Tenía 91 años. Y con ella se va una figura que no fue solo actriz, ni solo símbolo, ni solo mujer: fue una ruptura.
En los años 50 y 60, Bardot no actuaba: irrumpía. Su cuerpo en pantalla no obedecía al pudor ni al mandato. Era deseo, sí, pero también desafío. En Y Dios creó a la mujer, no solo seducía: desobedecía. Su andar descalzo, su pelo suelto, su risa sin culpa, fueron gestos que desacomodaron a una Francia conservadora y enseñaron a mirar de otro modo.
Filmó 45 películas y grabó más de 70 canciones, pero su legado no se mide en números. Se mide en temblores. Porque Bardot fue el temblor que sacudió la idea de lo femenino. No pidió permiso. No se dejó encasillar. Y cuando el cine quiso convertirla en mito, ella eligió el exilio.
A los 39 años, abandonó la actuación. No por cansancio, sino por convicción. Fundó la Fondation Brigitte Bardot y dedicó su vida a la defensa de los animales. Transformó su fama en causa, su belleza en escudo, su voz en refugio.
Fue polémica, sí. Fue contradictoria. Pero también fue valiente. Porque ser mujer en el siglo XX y no pedir disculpas por ser libre, por ser deseada, por ser deseante, por retirarse, por hablar, por callar, por luchar, por equivocarse… eso también fue revolución.
Hoy, al despedirla, no se trata de recordar sus películas ni sus romances. Se trata de entender que Brigitte Bardot fue una forma de estar en el mundo. Una forma de decir: “No me domestiquen”.
Y esa forma, aunque ella haya partido, sigue viva. En cada mujer que se planta. En cada cuerpo que se libera. En cada causa que se abraza.
*Colaboración para En Provincia.
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