Por R. Claudio Gómez –
De todos los objetos que se vinculan a la práctica periodística hay uno que ha desaparecido: la máquina de escribir. Sobre esta ausencia algunos podrán aducir -no sin lógica, aunque sí con poco romanticismo- que, en realidad, la computadora se parece mucho a aquel instrumento y que no se trata de una desaparición, sino de una transformación. Sin embargo, para quienes llevamos unos cuantos años en esta profesión, se trata de una cándida pérdida y la sentimos como quien abandonó la costa del mar para vivir en la ciudad.
Es que su sonido metálico y su aroma aceitoso se han retirado de nuestros sentidos. Los objetos son parte de nuestra rutina laboral y no hay recuerdo que olvide los elementos que lo componen. La memoria ocurre en una circunstancia en la que los objetos remiten a la escena, la fortifican, le otorgan sentido en el espacio.
Hoy, cuando se celebra el Día de la y el Periodista, en recordación de la Gazeta de Buenos Ayres, fundada el 7 de junio de 1820, el tamborileo de los dedos contra las teclas y de estas contra el rodillo de goma parece cuento.
El origen de la máquina de escribir se remonta a Estados Unidos y al año 1874. Para 1880, Remington -la misma firma que fabricaba los rifles- ya había vendido 5000. Uno de los primeros compradores del artefacto fue Mark Twain (el autor de “El príncipe y el mendigo”, entre otras obras), quien adquirió la máquina por mera curiosidad. Otro de los pioneros en su utilización fue León Tolstoi, quien con ella y el auxilio de su esposa, Sofía Behr, compuso en fascículos “Guerra y paz”, destinado a la revista El Mensajero Ruso, en 1864, para después unirlos en el libro clásico. Cuenta la mitología literaria que Sofía copió tantas veces a máquina los borradores de Tolstoi, que le reputó su autoría. Cosas de matrimonios.
Más acá en el tiempo, Jack Kerouac, artífice de “En el camino”, obra pionera de la generación Beat, ingenió el uso del papel continuo para evitar la interrupción de cambiar la hoja en el carretel de escritura. Pensaba que una obra espontánea e inspirada no podía verse conmovida por la artificial acción de reemplazar la página una vez acabada.
Miles de historias de periodistas y escritores se unen a la máquina de escribir, así como la palabra se une al papel. Sin dudas, una de las más tristes se encuentre por estos pagos y refiera a un hombre cuya obra es acaso tan recordada como su muerte.
En una máquina de escribir, en su casa de San Vicente, Rodolfo Walsh elaboró y copió la “Carta Abierta a la Junta Militar”. Podríamos inferir que la culminó un 24 de marzo de 1977, porque en la jornada posterior, cuando salió a distribuirla, un grupo de tareas lo desapareció. Desde aquel entonces, nadie la ha usado con tanta potencia y espesura.
Sobre alguna mesa duerme la máquina de escribir, aquella que usamos las y los periodistas y que en sí misma representa a todas. En ella habita un fantasma o la palabra de un fantasma, que sueña todavía con un mundo más justo.