El gueto digital: una decisión individual y cotidiana

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE

El destinatario de un mensaje en un medio de comunicación ha sido, desde el origen de la prensa, un asunto de gran relevancia. La necesidad de complacer a los receptores conforma uno de los compromisos más significativos (y demandantes) de cualquier empresa periodística. Este desafío parece un asunto resuelto para los habitantes de la red. La reciprocidad entre quien publica y quienes comentan es notable. Por supuesto que también hay acoso, bullying y otros asuntos espantosos, pero podríamos señalar que se trataría de un desvío, de un efecto no deseado y no de la regla general de convivencia digital. El condescendiente intercambio de mensajes ha ido estableciendo algunas pautas de participación que han logrado constituir zonas seguras, que a modo de barrios cerrados, favorece la circulación de valores, opiniones y deseos sometidos a la concordia. Incluso más que un barrio privado, a veces los espacios digitales parecieran funcionar como guetos, ya que no todos suelen formar parte de una misma clase social.

El empobrecimiento de las dimensiones comunicacionales es una consecuencia tan lógica como lamentable. Si sumamos el veloz y sintético comercio de artilugios sentimentales predispuestos para ajustarse a una exposición rígida de coincidencias que pueden ir desde el equipo de fútbol hasta el mejor lugar para vacacionar, resulta necesario reconocer estamos lejos de tener “el estado de abierto como apertura a, o descubrimiento o aceptación de la alteridad en la interlocución” como alguna vez precisó el teórico Pasquali. No tratamos de poner en común asuntos divergentes, de allí que la política y la existencia del espacio público, en términos de Habermas, sufran tanto las nuevas condiciones de existencia discursiva. No es una novedad señalar que la exposición de las posturas ideológicas se ha transformado en un ejercicio de diatribas y aglutinamiento afectivos que imposibilita el debate.

Encontrar coincidencias en otra persona ha sido, desde el romanticismo, uno de los objetivos de la vida. Y es por ello que, dado el carácter heterogéneo que aún tiene la posmodernidad, se podría aceptar esa búsqueda como el último estertor de una época pasada. Sin embargo, cuando pasamos del terreno amoroso a cualquier otro, nos hallamos en problemas. Quizás allí podamos entrever una de las cualidades de nuestra época: los sentimientos han superado los límites que la modernidad había establecido y se han allegado a otros ámbitos. Y ello conforma en relación a la política y a la otredad, acaso dos caras de una misma cuestión, un obstáculo epistemológico grave. La empatía puede llevarnos a caer en un eslogan partidario, o en una marcha en contra de alguien, sin que tengamos las certezas necesarias para adherir con el fervor que nos solicitan.

El gueto digital es el resultado de decisiones cotidianas e individuales que en el afán de pasar un momento (o muchos) de solaz esparcimiento, va urdiendo una trama de acuerdos, compatibilidades y certezas que se presume inocuo, pero que en su interior va fortaleciendo un apretado vínculo emocional que soslaya las divergencias entre sus integrantes.
Participar del gueto no es gratuito; estar excluido tampoco.