El amor en La Plata en los perfumes del tilo

Por Guillermo Cavia –

Las 19:23 horas. Hace calor, aunque se puede sentir una brisa que quizás avisa que en algún lado, hace un rato llovió. Él camina por la vereda de conchillas de la plaza. Es alto y tiene el pelo repleto de canas plateadas prolijamente peinadas, hasta podría asegurar que hay algún fijador en ese toque perfecto. Lo veo al hombre avanzar con el paso tranquilo hacia el banco de madera bajo los tilos. Lleva puesto un impecable joggings negro de acetato, con una raya suave color amarilla, que le marca todo el largo de las piernas. En los pies calza unas sandalias de cuero cruzadas, frescas y modernas. La indumentaria se completa con una chomba gris que se nota impecable, cuyo botón primero del cuello permanece desabotonado. En su mano izquierda lleva un abrigo de hilo liviano, porque parece podría refrescar. Se abre el espacio de la plaza para ese instante de la vida y fuera de allí todo parece irreal, pero no lo es.

Nunca supe calcular la edad, porque es un momento de la mente, nada más que eso. El tiempo determina muchas cosas, pero lo que se siente no es dominio del mismo. Un espejo puede mostrar una imagen, pero nunca será la que refleje la esencia, el espíritu o el alma. Así que miro al hombre que ya está sentado en el banco sin establecer su edad adulta. Ah cruzado las piernas y no es difícil adivinar que está esperando a alguien. Pueden ser muchas las variables, pero la escena me ha ganado la curiosidad, así que observo lo que ocurre. De hecho pasan muchas cosas. Entre ellas el sol está bajando en el oeste y pinta todo el lugar con sus colores dorados y anaranjados. Incluso el cielo se ha puesto tan lindo que al mirar hacia arriba es imposible no advertir la belleza del atardecer.

La plaza está impregnada del perfume de los tilos. Estos árboles en los últimos días del mes de noviembre y hasta mediados de diciembre, son un incienso natural, que recorre todos los sitios de la ciudad impregnando su aroma. Habitan la tierra de la Capital Provincial desde su fundación, cuando fueron traídos desde Alemania en barco. Se adaptaron perfectamente al clima porque originariamente son nativos de las regiones templadas del hemisferio norte. Los que vemos actualmente son los mismos que nacieron con la ciudad de La Plata, ya que los tilos llegan a vivir hasta 900 años. Es un árbol tan noble que además de la fragancia exquisita, sus flores aromáticas, en forma de pequeños racimos amarillos, tiene propiedades curativas, porque el té que se hace de esa flor sirve para combatir catarros, u otras afecciones, como también se aprovecha para la calma y el descanso. Hasta las hojas que caen del tilo, al descomponerse, proporcionan un humus de alto contenido mineral y de nutrientes. Todo es bueno en la nobleza del árbol, hasta su sombra fresca para los días del estío.

19:36 horas. Ella aparece en la plaza, viene desde la rambla cercana a la Iglesia de Lurdes. Es hermosa. Su pelo largo que parece flores de nieve, se le ilumina con los últimos rayos de sol de la tarde. Atraviesan la primavera, que acontece por ellos y solo para ellos. Camina hacia el banco donde él la está esperando. El hombre al verla, se levanta y la saluda con un beso, sonríe al igual que ella. Mientras la escena acaece me doy cuenta que la mujer trajo el mate en una moderna bolsa de hacer mandados. Ella tiene un vestido suelto que se mueve con la brisa suave que hay de viento, y además luce una campera fina que le hace juego con unas sandalias preciosas color beige. Los veo que conversan animadamente y me doy cuenta que soy un simple espectador, quizás de un momento nuevo en la vida y el amor. No lo sé. Lo imagino.

Una explosión irrumpe la calma de la tarde. Una camioneta acaba de pisar la pelota de unos chicos, que jugaban al fútbol a unos metros sobre la misma plaza. Las voces de los jóvenes se torna difícil de describir en estas letras, pero claramente, aunque no hay culpables por el fortuito acontecimiento, el conductor de la camioneta acusado y juzgado criminal, se lleva un sin números de palabras del castellano, vedadas para la hora e inapropiadas para el amor. Pero que sin embargo están lanzadas al aire de la tarde, donde todo puede pasar, un gol, un accidente que revienta un balón, el perfume de los tilos en todos lados, las niñas y los niños en los juegos, un beso, dos besos, las miradas, el principio, las primeras estrellas, la ternura, el sentir, tres besos, las diferentes palabras, la sucesión del amor.

El mate se mezcla con la conversación y la risa de los dos. Están bajo uno de los árboles de tilo. No lo sé con exactitud, pero me doy cuenta que todos estamos viendo lo mismo, porque al igual que las abejas que necesitan de esas flores para el polen, los dos están siendo el uno para el otro, en un tiempo que es solo de ellos. Un renacer de los ciclos que se siente tantas veces como se quiera sentir. Que puede repetirse en la vida, al igual que el perfume de los tilos, que invariablemente desde los finales de noviembre y hasta mediados de diciembre va a regalar su bálsamo, su néctar perfecto. La fórmula es sencilla, solo hay que encontrar que otra vez suceda la magia. Ellos lo saben, porque mientras reflexiono estas palabras, los vuelvo a mirar y ahí los encuentro, abrazados, como una poesía perfecta de la tarde. Me doy cuenta que ese amor lo conocen los chicos del fútbol, la virgen de Lurdes, Santa Bernardita, las personas que corren u hacen ejercicios, las niñas y los niños que se hamacan, las madres y los padres que pasan el rato del final de la tarde, el busto de Martín Miguel de Güemes, los chicos de las motos, las amigas y amigos que tienen mascotas. Todos aprendemos de la fuerza del amor y su repetición, porque es igual al puntual instante que siempre está resguardado en el perfume de los tilos de la plaza.