Por Eduardo Gularte –
Alejo, miraba al cielo estrellado, y recordaba al niño que una vez fue, recostado en el pasto del jardín, en aquellas noches despejadas de verano. Se concentraba en las estrellas y casi no parpadeaba, por un momento perdía la visión lateral que todos tenemos, casi como en un trance.
Por aquel entonces, en su calle, no había farolas, así que en las noches todo era de un negro intenso y ese cielo parecía un pozo profundo lleno de luces con destellos. Cuanta inmensidad para aquellos púberes ojos, imaginaba por momentos que todo era plano, que había alguna tapa agujereada por donde se filtraba la luz de esos soles y solo lo sacaba de esas imágenes, la lengua de Tobi, su perro atorrante, que lo descubría entre el pasto reclamando su atención.
Todas las noches repetía la misma rutina después de la cena, y hasta creía que algún día vería como se correría un lienzo para dejar ver al sol.
Claro que los años pasan, nos convertimos en adultos y las fantasías a veces se alejan, mientras la imaginación se hace cada vez más acotada. Pero él tenia una teoría de niño, creía que estamos adentro de algo por descubrir, contenidos en un espacio aun no hallado, y que las historias de gigantes en territorios de gente pequeña, son un reflejo de la verdad. Pero la realidad a veces ya de grande lo golpea y descubre en su sala, un pozo de sombras, que antes no estaba ahí, como sacado de un sueño encuentra en su living que su piso se hunde y no sabe que pasa.
Levanta algunos de los mosaicos que ya se quebraron y descubre sombras nomás. Tal vez ha regresado a la fantasía de la infancia o se haya corrido la tapa del algún espacio perdido, un agujero negro, del que Sagan supo hablar a su mente de niño adolescente en su serie Cosmos, recuerdos que llegan a él hoy ya convertido en astrónomo.
PD: dedicado a mi amigo Alejandro (Dr. astrónomo).
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