
Por Dr. Luis Sujatovich* –
Vivimos conectados desde que abrimos los ojos por la mañana hasta que cerramos las pantallas por la noche, pasamos buena parte del día interactuando con dispositivos que filtran, seleccionan y nos muestran contenidos según nuestros intereses, comportamientos y hábitos. En este escenario, los algoritmos —esas fórmulas invisibles que organizan la información digital— han ganado un lugar central en la forma en que tomamos decisiones cotidianas.
No todo es culpa del algoritmo
La influencia de estos sistemas automatizados en nuestras elecciones se ha vuelto tan común que resulta difícil identificar una decisión completamente ajena a su intervención. Esta dependencia, tan sutil como profunda, ha contribuido a una progresiva datificación de la cultura: nuestras experiencias, preferencias y opiniones se transforman en datos que circulan, se analizan y retroalimentan el sistema. Sin embargo, ante la tendencia a culpar únicamente a la tecnología por los efectos de esta dinámica, conviene reflexionar sobre el grado de responsabilidad que nos corresponde. El vínculo que establecemos con la información que consumimos no está determinado únicamente por las sugerencias que nos ofrecen las plataformas
No somos usuarios pasivos. De hecho, somos nosotros quienes, con cada clic, con cada contenido que aprobamos o rechazamos, enseñamos a los algoritmos qué tipo de ideas nos resultan atractivas o confortables. El sesgo, en última instancia, no es impuesto desde afuera: es una expresión de nuestras propias elecciones, que los algoritmos simplemente reproducen y amplifican.
¿Y si la inteligencia artificial generativa nos invitaran a pensar?
Mientras los algoritmos tradicionales se limitan a reforzar nuestras elecciones pasadas, una nueva capa de tecnología comienza a tomar protagonismo. Mientras los algoritmos tradicionales se limitan a reforzar nuestras elecciones pasadas, una nueva capa de tecnología comienza a tomar protagonismo. Se trata de la inteligencia artificial generativa, que tiene la capacidad de producir contenidos originales, como textos, imágenes y respuestas personalizadas, basándose en patrones y datos previos. A diferencia de los algoritmos tradicionales, que simplemente amplifican nuestras preferencias previas, las IA generativas tienen la capacidad de producir contenidos originales. Pero esta relación bien podría desarrollarse de otro modo, no como una continuación de nuestros hábitos sino como una problematización de la subjetividad contemporánea. Imaginemos qué sucedería si, en lugar de confirmarnos lo que ya creemos, pudieran cuestionarnos como lo haría un Sócrates digital ¿Y si nos ayudaran a identificar nuestras contradicciones, ampliar nuestras perspectivas o descubrir argumentos que no habíamos considerado?
Una inteligencia que incomode
Si la inteligencia artificial generativa actuara como un Sócrates digital, podríamos aspirar a una cultura menos obsesionada con los likes y más comprometida con la duda. No se trataría de que la tecnología nos confirme lo que ya creemos, sino de que nos invite a cuestionarlo. Como señala ChatGPT: “el pensamiento crítico puede ser, también, una forma de cuidado colectivo”. El verdadero desafío, entonces, no está en enseñar a las máquinas a pensar, sino en permitir que ellas nos recuerden lo que hemos olvidado: que el conocimiento comienza cuando aceptamos que ni las máquinas ni nosotros lo sabemos todo.
*Investigador – Profesor Universitario – UDE – Universidad Siglo 21 –
Fuente de la imagen: https://www.synthesia.io/es/post/herramientas-de-ia