¿Alguien sabe en qué consiste la cultura digital?

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

¿En qué consiste la cultura digital? Las respuestas más frecuentes están orientadas a especificar los componentes de Internet, los dispositivos y las plataformas, dando de alguna manera una explicación tan superficial como incompleta. De igual manera que si nos introdujéramos en la cultura impresa y la definiéramos a partir de las herramientas que utilizaban los imprenteros y de los diferentes textos que eran capaces de construir. Es cierto que la cultura letrada posee manuales, diccionarios y obras literarias de toda índole,  pero estamos de acuerdo que no se aproxima, ni remotamente, a dar cuenta de cuáles eran sus principales ideas y qué utopías impulsaban su desarrollo, ni tampoco cuáles negocios se fueron organizando en su entorno. Por lo tanto, mencionar los referentes técnicos no es suficiente.

Los hábitos que se han ido incorporando podrían darnos una pista, entendiendo que los objetos traen inscriptos un uso que pocas veces es respetado por la sociedad, para comprender cómo impacta la cultura digital en las formas en que se experimentaba la cultura precedente. Las reacciones que suscitan las tecnologías inmersivas y las que generó en el público las primeras proyecciones de los hermanos Lumiére también pueden ofrecer un punto de contacto para abordarla. La relación de la radio y los podcast, también ofrecen un paralelismo que vuelve inteligibles los cambios contemporáneos. Amparo Lasén y Héctor Puente en su artículo “La cultura digital”, ofrecen una explicación menos indigente: “La cultura digital da lugar a un doble proceso de inscripción. Por un lado, las relaciones, los afectos, los sentimientos y los cuerpos están inscritos en los dispositivos Por otro lado, nuestro self, está siendo inscrita y configurada por estas prácticas y mediaciones”. Es un paso importante, porque comenzamos a figurar con prácticas, saberes y espacios compartidos. Sin embargo, seguimos dando vueltas por la periferia de la conceptualización, la subjetividad dominante, los cuerpos permitidos , la brevedad como exigencia, la inconsistencia de la personalidad, la extrema sensibilidad, la ruptura de la intimidad, y el ego consagrado y fascinante de multitudes, no suelen aparecer en las definiciones. Resulta extraño porque, están en cada una de las declaraciones de los detractores de la cultura digital. Oscilamos entonces entre dos posiciones que – acaso sin notarlo – tienen mucho en común: aquella que se limita a enlistar los artefactos que hacen posible la existencia de la red, que se desvincula de cualquier proposición teórica y que se esconda de cualquier valoración humanística. Y la que conocemos muy bien, porque abunda en los claustros y en las librerías, que se alivia resumiendo aquello que no comprende, le resulta ajeno o que se piensa imposibilitado de protagonizar, como decadente, negativo y sin otra solución que la desaparición de las tecnologías digitales, excepto aquellas que sí le dan uso o que al menos le permiten obtener visibilidad. Ambas interpretaciones se asemejan porque no están dispuestas a realizar ningún esfuerzo hermenéutico que les confiera una voluntad totalizante, con contar equipos o quejarse, les basta.  ¿Tan difícil es admitir que todavía no sabemos en qué consiste la cultura digital?