
Dr. Luis Sujatovich – UDE – Universidad Siglo 21 –
La fascinación por los objetos tecnológicos nos oprime el análisis de la cultura contemporánea. La persistente mención a las funciones de la inteligencia artificial, del Metaverso y de todas sus derivaciones no deja resquicio para interrogarnos acerca de las transformaciones que estamos protagonizando. Es mucho más sencillo encontrar recomendaciones acerca de la aplicación correcta de cualquier programa, que una reflexión que nos ayude a vincularnos de una forma novedosa con nuestra forma de pensar. A veces parece que es más sencillo descubrir las funciones de una aplicación, que pugnar por desarticular el sentido común.
Nos comportamos como si el porvenir fuera, simplemente, la suma del presente con equipamiento más sofisticado. De esta forma, volcamos la atención en encontrar el modo de acoplar el nuevo dispositivo a la rutina, considerando que toda transformación no impactará más que en ventajas (y amenazas) dentro de un orden preestablecido. Si fuésemos sujetos del siglo XVI, estaríamos tratando de poner el énfasis en el funcionamiento de la imprenta, en sus diferentes tipos móviles, en las placas, en la relación del papel con la tinta, en la facilidad para duplicar textos, en la preocupación que suscita en los copistas y en los diferentes negocios que podrían crearse. Es cierto que esas preocupaciones han sido válidas, pero debemos aceptar que no basta con esos cambios para dar cuenta de la revolución que supuso la circulación de textos por el mundo durante los cuatrocientos años siguientes.
Las consecuencias han sido tantas, desde un cisma religioso, pasando por la creación del Estado- nación, las prácticas de lectura que fueron dejando el modelo intensivo (leer muchas veces el mismo libro) a extensivo (leer muchos textos, pero una sola vez), la expansión de la escuela, entre tantos otros. En consecuencia, se advierte con facilidad que cuando nos detenemos en un aparato, no importa cuán complejo y eficiente puede ser, estamos perdiendo la ocasión de elaborar una perspectiva amplia que ponga en tensión a la realidad. Si no estamos en condiciones de empujar los límites de la rutina (tanto material como simbólica) es muy probable que soslayemos las innovaciones y sigamos pensando en que todo sigue igual, aunque cada vez nos resulte menos inteligible nuestra existencia.
¿O acaso será que el meticuloso interés por los dispositivos es un modo de distraernos para no asumir la incertidumbre que estamos padeciendo? No sabemos cuál será la suerte de la especie humana frente al deterioro del planeta y para colmo, las nuevas generaciones parecen no querer reconocer que nosotros estamos en su origen. Ante una circunstancia histórica tan disruptiva, no hallamos la dinámica necesaria para ajustarnos a las subjetividades que emergen y entonces nos replegamos encima de los artefactos con la ilusión de adecuarlos a los usos que nos identifican. Por eso nos resulta más reconfortante demorarnos en largos debates acerca de una nueva interfaz y de cómo podemos aprovechar un chat para avanzar en nuestro trabajo. Mirar hacia adelante nos abruma, porque intuimos que ninguna trinchera nos salvará. Hemos envejecido tan abruptamente, que no hemos tenido tiempo de aceptarlo.
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