
Por Dr. Luis Sujatovich – Docente e investigador Universidad Siglo 21 –
La escuela discute tecnología, pero el problema es otro: perdió la conexión con la vida real de quienes la habitan.
Crisis estructural
Hoy atraviesa una crisis estructural que afecta sus sentidos, vínculos y prácticas. No se trata solo de falta de recursos o contenidos desactualizados, sino de una desconexión profunda entre lo que ocurre dentro del aula y la vida cotidiana de sus protagonistas.
Las clases se repiten como rituales, los vínculos se tensan y el aprendizaje se vuelve una obligación más que una experiencia significativa.
La escuela habla un idioma que ya nadie usa fuera de sus paredes.
Generaciones conectadas, escuela desconectada
Fuera del aula, las nuevas generaciones aprenden, crean y se vinculan en entornos digitales, colaborativos y multimediales. Participan en redes sociales, consumen contenidos diversos, producen ideas, se informan, se emocionan.
Pero la escuela, en lugar de abrirse a ese mundo, suele resistirse.
No se pregunta qué puede aprender de esos lenguajes: intenta competir con ellos o ignorarlos.
Y así, se vuelve cada vez más irrelevante.
No faltan pantallas. Falta sentido.
Preguntas que la escuela evita
Esta desconexión no se resuelve con más dispositivos ni nuevas metodologías. Lo que está en juego es el sentido de la educación:
- ¿Para qué enseñamos?
- ¿Qué saberes consideramos válidos?
- ¿Quiénes deciden qué se aprende y cómo?
Si la escuela quiere recuperar su potencia transformadora, necesita dejar de reproducir modelos estandarizados y empezar a pensarse como territorio: un espacio situado, diverso, abierto al diálogo y al conflicto.
La escuela funciona, pero no conversa con su tiempo.
Rutina vs. sentido
En muchos casos, ha quedado atrapada en una lógica de repetición que prioriza programas sobre sentido. Las rutinas se imponen, los tiempos se fragmentan y los vínculos se debilitan.
En lugar de habilitar preguntas, se busca controlar respuestas.
En lugar de reconocer la diversidad de trayectorias, se homogeneizan los recorridos.
Esta forma de escolarización, heredada de modelos industriales, ya no responde a las complejidades del presente.
Sin embargo, se mantiene intacta: formatos, horarios y criterios de evaluación siguen como si el mundo no hubiese cambiado.
El presente pide nuevas preguntas y la escuela insiste en repetir respuestas viejas.
Expansión de la praxis
Ante esta urgencia, una alternativa es avanzar hacia procesos de expansión epistémica de la praxis educativa.
Transformar la escuela desde adentro, reconociendo las voces de docentes, estudiantes y familias, articulando saberes científicos, ancestrales, artísticos y populares, y respondiendo a las problemáticas reales de cada comunidad.
Esta praxis no se construye con directivas verticales ni acciones aisladas que desconocen los territorios concretos.
Educar implica ejercer un criterio crítico sobre qué conservar y qué transformar:
- Una práctica que tensiona tradición y cambio.
- Una práctica que define el horizonte cultural y político de cada comunidad educativa.
Esa tarea exige posicionamientos claros: resistir la lógica del mercado, la estandarización, el individualismo.
Pero también transformar: abrir preguntas, habilitar sentidos, construir futuros posibles.
La escuela dejará de ser irrelevante cuando su praxis dialogue con la cultura contemporánea.
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Fuente de la imagen:https://continuemosestudiando.abc.gob.ar/contenido/propuestas-pedagogicas-para-recibir-a-las-y-los-estudiantes-de-primer-ano/