Por Alejandro Sánchez Moreno* –
EnLa Plata quedó un solo video. Así llamábamos a las casas de alquiler de películas. Aparecieron en los ochenta. Fue, después de la televisión, la segunda gran causa de la caída del público en los cines. La ciudad, el país, se llenó de videos. En el centro los más grandes, Videomanía y Gustavo Torres, en los barrios los más chicos. El nombre venia de las videocasetes, que era el formato en que venían las películas. Un casete grande con cintas, que había que rebobinar antes de devolverlos. La primera pasada se veían bastante bien, después eran un desastre. Muchas películas las volví a ver en DVD. Duelo al sol es un melodrama en el oeste. La vi en video, la terminé por obligación. Cuando la vi en DVD era otra película. Cielos lilas y naranjas, noches estrelladas, estampidas y peleas, amor, celos y muerte. En las locales más grandes alquilaban también videocaseteras. Al principio eran caras y había en pocos hogares. Las primeras eran una caja enorme, después se fueron achicando. Mi familia compró una Grundig: caro, pero el mejor. No existían las tarjetas de crédito. Pagando una cuota entrabas en un plan de 36 o 50 meses. La entrega era al final. Se podía licitar, adelantando cuotas. La primera película que alquilé fue Gorilas en la niebla. No sé si era buena, pero la recuerdo por eso.
1979. Tengo once años. Vamos con mi familia al cine. Dan Apocalipsis Now, una de guerra. Es prohibida para menores de dieciséis. Mi hermano y mi mamá se van a pasear por el centro. Mi papá se arriesga aprovechando mi altura. En séptimo grado media más de un metro ochenta. Sacamos las entradas. Me pongo bien de frente a la boletería para que me vean. No dicen nada. Primer obstáculo superado. Falta el segundo, el muchacho que corta los tickets. Camino tranquilo pero por adentro estoy que exploto. Me muero de ganas de ver la película pero también me atrae la idea de engañarlos con la edad. Mi papá va atrás mío. Pasamos, nos sentamos al fondo, él decía que más lejos se ve mejor. Me pasa unos chocolates que tenía guardados en el gamulán. La película me parece rara. Una escena es de noche: humo por todos lados, balas trazadoras que parecen fuegos artificiales, muertos por acá y por allá, el barco que avanza muy despacio. Me agobia, me perturba, no la entiendo.
1984. Tengo 16 años. Los viernes alquilábamos películas en grupo. Se podían tener por un fin de semana. Había promociones, si llevabas seis, dos gratis. A veces los adultos iban para controlar lo que se alquilaba. Como no se podían llevar eróticas, agarrábamos alguna de terror. Por ahí el miedo acercaba alguna chica. Algunos padres se quedaban despiertos hasta que se iba el último. Un viernes, indeciso en la batea y con los chicos que me apuraban, vi que estaba Apocalipsis Now. La agarré. La vi el sábado cuando todos se durmieron. Fue amor a segunda vista. En 1977 salí fascinado de ver la Guerra de las galaxias y me dormí soñando ser Luke Skywalker por la mañana. Pero esto fue algo distinto. Después me enteré que Coppola se basó en el Corazón de las tinieblas de Conrad, de los problemas durante la filmación, del infarto de Charli Shen, del consumo de drogas en el set de rodaje, de los distintos finales que tuvo la película y más de veinte años después la aparición de Apocalipsis Now Redux con cuarenta y nueve minutos más. Las nuevas escenas tenían el encuentro con los franceses que todavía estaban en Vietnam, más minutos del Coronel Kurtz(Marlon Brando), pero lo que me quedó para siempre es esa mezcla de horror y placer que produce la película. Porque cuando el Coronel Kilgore(Robert Duval)ataca una aldea con helicópteros al amanecer, con parlantes que tocan la noche de las Valkirias de Wagner y dice que le encanta el olor del napalm a la mañana y ataca a esa hora porque las olas son más altas y se puede surfear, todo es un horror, pero disfrutamos como locos. De ahí en más cambio mi relación con el cine. Seguimos alquilando películas con los chicos de la secundaria, pero yo me iba para el lado de las que no alquilaba nadie. El séptimo sello de Bergman: un caballero medieval termina de guerrear y se dispone a volver a su hogar. La muerte se presenta y el caballero le hace una propuesta, juguemos una partida de ajedrez, si gano, sigo viviendo. El caballero gana el juego. Cuando llega a su casa, se entera que su hijo murió. ¿Por qué?, le pregunta a la muerte. Lo que pasa es que soy muy mala perdedora. O Cuando huye el día, pocas veces un nombre tan lindo, también de Bergman: un profesor anciano hace un viaje con su nuera, al pasar por lugares que frecuento en su juventud y niñez, brotan los recuerdos.
Los videos grandes eran pocos. En los más chiquitos encontrabas pocas cosas. En los grandes había más, pero no iban mucho más allá de los estrenos y novedades. Había mucho Bergman porque en Argentina pegó mucho. En un momento creía que había visto todo cuando en realidad no había visto nada.
Esteban Morales iba a mi escuela. Era un año menor. Lo conocía de los recreos pero también del barrio. Jugábamos al futbol en el Parque Castelli y al ping pong en el quincho que tenía atrás de la casa. La mamá nos traía jugo de naranja y facturas. Era muy flaco y tenía el pelo corto con una trenza de vikingo. Cuando terminé la secundaria no lo vi más. Un chico de la Facultad me contó que había alquilado una de Eisenstein en un video nuevo cerca de Humanidades. Se llamaba D. W. Griffith que era el Director de El nacimiento de una nación y uno de los pioneros del cine. El video lo había abierto Esteban con un amigo. No duraron más de un mes. El alquiler en el centro era muy caro. En la plaza Islas Malvinas estaba el Regimiento 7 de Infantería abandonado. Lo tiraron abajo, arreglaron la plaza y construyeron un centro cultural. Esteban y Caito abrieron el video ahí. Ahora se llamaba Videoteca Aquilea. El nombre viene de Aquilea, una palabra griega. Hace referencia al hecho educativo, a la relación entre profesores y alumnos. Eso creí siempre, pero ahora busco en el diccionario y sale ciudad de Italia y derivados de Aquiles, el héroe de la Ilíada. El video está en el pasillo al lado de la puerta de entrada al patio por la plaza: es testimonio de supervivencia. Está en el Centro Cultural hace más de veinte años. Al principio estaba dentro del edificio, donde ahora está el bar. Lo atendía Caito: viernes, sábados y domingos de 18 a 22 hs. Las distintas concesiones a confiterías lo fueron corriendo de lugar. Incluso, una vez, quisieron cerrarlo. Una tarde de verano, de mucho calor, se llenó de gente para evitar el cierre. Caito traía de Capital Federal las películas de Época, una editora local que sacaba cine clásico y arte de todos lados. En la revista de cine El amante, sponsoreaba la contratapa.
Fui varias veces y estaba cerrado. Hasta que al final le pregunté a un mozo del bar cuando abría. Fui el viernes siguiente, ansioso, llegue temprano. Lo atendía Caito con una paciencia estoica. Te hacías socio de palabra sin presentar nada. Las alquilabas cualquiera de los tres días y las devolvías la semana que viene a precio regalado. Y si te retrasabas te cobraban recargo simbólico. En un video del centro lleve Sunset Boulevard de Billy Wilder. Me olvide de devolverla, la lleve unos meses después, me cobraron un recargo importante y además, la empleada me dijo: que lastima pagar tanto por esta película. Ese video cerro y pusieron las películas a remate, compre Sunset Boulevard y Extraños en un tren de Hitchcock. En Aquilea había de todo en videocasete: John Ford, Cukor, Mizoguchi, de Truffaut, de Walsh, de Imamura, de Leonardo Favio. Un día empezaron a llegar los DVD, cada fin de semana traía unas cuantas. Llegaron unos DVD de España con películas de Yasujiro Ozu, un japonés. Media hora antes de la apertura del video, varias personas esperaban. Llegaban temprano para llevarse las novedades. Estaba Juan, el mecánico fanático de Humphrey Bogart, Negri, el profesor de filosofía jubilado, Robles, el escribano. Una vez lleve Petróleo sangriento. Negri la quería. Caito le dijo que la tenía yo. Me la saco de la mano. Negri decía que si se moría en el video, iba a ser agarrando una con Bette Davis.
La vi varias veces en el video del barrio, estaba entre las comedias de graduación de películas norteamericanas. No me llamaba la atención, por la publicidad de la tapa parecía una del montón. Una tarde mientras preparaba la merienda mi hermano la estaba viendo. La miré de reojo mientras se calentaba el agua. Me senté y no me fui más. Era maravillosa, hermosa, distinta, inquietante. Un actor que no conocía (Johnny Depp) tenía en vez de manos, tijeras, porque su inventor (Vincent Price) había muerto antes de finalizar su trabajo. Una vendedora de cremas, cansada de fracasar en todas las puertas, ya en el auto para regresar a su hogar, decide probar suerte en el castillo abandonado que está al costado de la ciudad. Encuentra a Edward, asustado y con su cara lastimada. Hace años que está solo. El jardín tiene figuras hermosas de animales en ligustrina. Se lo lleva a la casa. Su hija adolescente (Winona Ryder) está en un campamento. Cuando vuelve se encuentra con Edward en su pieza. Ambos gritan de susto. Se miran con recelo al principio, con curiosidad luego, con atracción después y con amor al final. Al principio le cae bien a todos, salvo al novio celoso y una mujer muy religiosa. Pero es distinto y lo distinto asusta. Un cuento de hadas, una historia de amor, el cariño de una madre. Colores pasteles, todo parece hermoso. Pero la belleza está en otro lado: en lo raro, en lo oscuro, en el monstruo. Unos años después leí, que lo que motivó a un grupo de jóvenes críticos de cine a fundar la revista El amante, fue que esta película no tuvo cobertura por parte de los medios o si la tuvo fue confinada al rubro típica comedia de graduación norteamericana con chistes bizarros.
No hay adultos en la zona, se fueron por la fiebre del oro. Un viejo ranchero, Anderson, necesita trasladar su ganado. No sabe qué hacer. Un amigo le sugiere que contrate niños. Le aviso a mi mamá que tiene noventa y dos años, contesta. Resignado llega a la escuela. Interrumpe la clase con el permiso de la maestra y convoca a los niños. Los chicos se entusiasman. Hace una raya con una tiza en el pizarrón y dice que solo pueden ir los que la pasen. Un niño más pequeño que los demás hace trampa con una banqueta. Convencido de que no hay otra manera prepara el viaje. La mañana siguiente se levanta al amanecer. Los caballos están en un corral redondo. Abre la puerta y grita como solo puede gritar John Wayne. Agita las manos con el sombrero en una de ellas. Los caballos salen corriendo. La polvareda no deja ver nada. Se para en la puerta y ven como cabalgan hacia el horizonte de sol naranja. La polvareda se pierde a lo lejos como el tiempo.
En el 2008 me fui a vivir solo. ¿Viviste solo alguna vez?, me preguntó la psicóloga. Si, viví con amigos, contesté. Eso no es solo, refutó la psicóloga. Alquilé un departamento en una avenida de Los Hornos, a una cuadra de otra avenida. La primera noche no dormí. Pensé que la segunda me vendría el sueño por el cansancio. Tampoco dormí. Así dos noches más. Los ojos me ardían. Un domingo puse una película. Se llamaba Los Vaqueros. Eugenio la miró conmigo. La había visto, pero cuando me gustan, las miro de vuelta. Me dormí al final, pero por suerte ya lo conocía.
https://medium.com/@alesanchezmorenolh/video-ede53a741932
*Colaboración para En Provincia.
Fotografía: Archivo web.