Una vida entre palas y motores

Por Guillermo Cavia

Cuando llega el momento de un final, muchas veces se puede encontrar el principio.

Hay momentos únicos que ocurren a diario como una repetición de espacios y tiempo, cual si las porciones exactas de una mañana parecieran no vuelven a repetirse, pero sin embargo, al otro día allí está, casi igual o como siempre.

No sé cuántas veces habrá oído Daniel Garate, la puesta en marcha de un helicóptero, ni las veces que sacó las aeronaves a la plataforma. No sé la cantidad de huellas de sus pasos en la base de operaciones en la Dirección Provincial de Aeronavegación Oficial y Planificación Aeroportuaria (DPAO y PA), ni tampoco las horas de su vida al amparo de las palas, olores a aceites, lubricantes y portones amplios que miran al Noreste. Pero no hace falta saber demasiado, porque para estar al corriente uno solo necesita sentarse frente a él y dejarse llevar por lo que cuenta, para notar que todo el lugar es parte importante de su vida, de su espacio, de su tiempo.

Uno no puede imaginarse a Daniel Garate con barba, el pelo largo, pero sin embargo una mañana de otro tiempo, Nicasio Manuel Garate, que era el papá, le dijo: “Ahora se me afeita, se me corta el pelo porque mañana empieza a trabajar”. Así fue que el febrero del año 1979 lo encontró pisando por primera vez la plataforma de la base.

Entró como plomero aunque siempre prestó servicio en el Departamento Técnico. Trabajaba en el turno mañana haciendo limpieza de las aeronaves y realizando carga de combustible.

Al principio solo trabajaba en la semana, pero al poco tiempo de estar allí comenzó a cubrir las guardias de los fines de semana, así hasta que la provincia adquirió un nuevo helicóptero sanitario.

Ese hecho lo llevó a cubrir el turno noche que le permitió tener el día libre para estudiar y realizar la carrera de Mecánico en Mantenimiento de Aeronaves. Una vez que se recibió dejó de pertenecer a Servicios Generales para pasar a trabajar como Mecánico.

Su primera actividad la realizó en una comisión debido a las inundaciones de la localidad de Pehuajó en junio de 1987. Desde entonces ya no se separó más de las máquinas aunque sí de familia.

De eso sabe mucho su señora Graciela, igual que sus hijos Daniel y Javier que han sufrido muchas ausencias por la labor del papá. “Pero así es la vida y es lo que elegí”- cuenta Daniel, mientras habla con un nudo en la garganta que empezó desde el principio mismo de la charla.

Hace alusión que sus hijos fueron premiados por la Municipalidad de La Plata como mejores alumnos, se siente orgulloso al decirlo como cualquier padre y vuelve a lamentar tantas ausencias con su familia debido a su actividad.

“Yo nunca pude estar en el primer día de clases de mis hijos, si no fuera por el entendimiento y apoyo permanente de Graciela yo no sé que hubiera hecho” -dice- “Lo que pasa que antes había muchas comisiones y todo era más difícil, las comunicaciones no eran lo que ahora y uno a veces debía quedarse tirado en el campo con alguna aeronave y no era sencillo encontrar ayuda, solo contábamos con las comunicaciones que llegaban a la comisaría y así la policía siempre se encargaba de avisar tal o cual problema. O a veces eran quienes nos encontraban caminando desde el Aeródromo hacia el pueblo porque no existían los recursos que ahora hay.

Yo he vivido la transición tecnológica. Recuerdo cuando las balizas de la pista se encendían mediante unas bochas alimentadas a kerosene y ahora se puede iluminar mediante la frecuencia de radio de la aeronave. Antes íbamos en un vuelo a Bahía Blanca en los helicópteros Hiller, capaz que ese viaje tardaba dos días, porque había que hacer combustible y para eso el surtidor en tierra era el camioncito que manejaba, acompañando al helicóptero por la Ruta 3”. En cambio hoy, hay combustible en todos los Aeródromos, nuestras aeronaves tardan entre 3 horas 40 y 2 horas 45 minutos para legar a Bahía Blanca, según el helicóptero”.

Daniel se entusiasma y continúa su charla, mientras lo hace uno puede verle la mirada que es clara como el agua, a veces sus ojos lo dicen todo, previo que sus propias palabras, es como si definieran la frase exacta mucho antes que esta pueda armarse y ser oída. “La forma de uno es trabajar” – dice repetidamente – “Yo soy de la época de cuidar el trabajo, de ser responsable. Recuerdo que al principio cuando solo limpiaba las aeronaves aprendí mucho, porque observaba, encontraba cosas, preguntaba y trataba de resolver los problemas. Siempre me interesó el trabajo y sentí que el compromiso en la tarea es lo más importante”.

“Solo una vez debí decir que no a una comisión porque mi papá estaba muy delicado de salud, finalmente ese viaje no se realizó, pero a mí me quedó en el pecho el haber tenido que decir que no podía realizarla, es una cosa que me duró para siempre, como si hubiera fallado” dice aún afligido Garate.

Daniel hace una pausa porque se le cruzan demasiadas historias, incluso puede ver las huellas de su papá que quedaron en el mismo sitio que él, porque trabajó 27 años en la misma base. Sabe que todo está ahí al alcance de su mano.

Los ojos de Daniel ya no son como agua, sino que son de agua. Pasa el silencio, me puede ver otra vez, se repone y me cuenta: “Acá hay que revisar las aeronaves antes que salgan a volar y esperarlas al regreso para nuevamente reconocer que cada cosa esté en perfecto funcionamiento. Eso es parte de la tarea. El movimiento diario tiene horas de trabajo, dedicación y sentir porque así debe ser. Como me decían siempre los más grandes”.

Cada tanto algún compañero entra a la oficina donde Daniel charla, se queda un rato y después se va. Todos mientras realizan sus tareas están expectantes por la entrevista.

Recuerda Daniel que: “Una vez se debió trasladar a una nena que fuimos a buscar a Escobar. Mi tarea, por supuesto, era la de mecánico en el vuelo. Pero sucedió que mientras se realizaba el Vuelo Sanitario nos enteramos que se debía trasladar a un bebe, hacia el Hospital Gutiérrez, porque había nacido prematuramente. Al legar a Escobar encontramos al bebe que fue entregado entre dos capas grandes de algodones y fui yo la persona que lo llevó durante todo el vuelo. Incluso al llegar debimos esperar la ambulancia por lo que el bebe se quedó conmigo apretado en mi pecho hasta que se lo confié al médico. ¡De eso no me puedo olvidar nunca más! Como tampoco de las cosas más graves que uno puede ver al realizar traslados de pacientes, son cosas que van quedando en la memoria y uno entiende es parte del trabajo”.

Los recuerdos van apareciendo y con ellos las personas que han sido una compañía y una gran amistad en la Base. Dice Daniel que la palabra amigo es sagrada. Me muestra un pergamino firmado por todos los que lo acompañan en su labor y me menciona un reloj que le regalaron. Se siente orgulloso y demasiado emocionado.

Repasa los viajes realizados, por Brasil, Alemania, España donde efectuó perfeccionamiento en su tarea de Mecánico de Mantenimiento de Aeronaves.

Siente un gran agradecimiento por las posibilidades que su trabajo le brindó. Mientras conversa, no se da cuenta que sus manos están sobre una mesa que tiene un vidrio, bajo del mismo se conservan las fotografías de helicópteros que han estado en la base y otros que actualmente están. Hay fotografías de amigos, de cielos, de piezas mecánicas, eventos aéreos, motores, logos. Sencillamente Daniel Garate está apoyado en parte de la historia del lugar. Es ahí mismo cuando vamos cerrando la charla. En donde lo saludo y salimos conversando.

Caminamos hasta que el sol de los últimos días del diciembre nos da en la cara. Falta poco para que Daniel Garate se jubile. La plataforma está a pocos metros y se escucha la puesta en marcha de un helicóptero, el silbido de las turbinas es parte de los sonidos del lugar.

Desde donde estamos puede observarse como las palas empiezan a girar empujando el aire cálido del día. Daniel lo escucha como todos lo que estamos ahí. Incluso lo que está sucediendo ocupa una fracción del espacio de esa mañana, que muchas veces parecen únicas, pero no lo son, simplemente porque lo esencial puede darse una y otra vez, siempre que tengamos la certeza que ha de existir un nuevo amanecer.