Nicola Ikasovic siempre supo que Dios es grande

Por Guillermo Cavia –

Quizás el camino que une las localidades de Hinojo con Colonia Hinojo en el centro de la Provincia de Buenos Aires, sea lo más parecido a la ruta que alberga las casas con techos de tejas a dos aguas, que se ubican a ambos lados de la cinta asfáltica de Šaš, pueblo de Croacia en el municipio de Sunja, condado de Sisak-Moslavina.

Es posible que en muchas ocasiones esa visión del camino que une a dos pueblos, le recordase a Don Nicola Ikasovic, su niñez: el campo, las vacas, los caballos, las tareas. Aquella casa grande en donde nació en el año 1929. Hasta puede que conmemorara las raíces del árbol gigante de tilos, donde debió esconderse siendo un niño, para que los partisanos no se lo llevaran. Lo buscaron, pero el árbol lo protegió allí, entre las hojas, la tierra y la fortuna de no ser encontrado.

Sólo tenía 12 años. La edad en que un niño debe devorarse el viento y dejar que la inocencia juegue en su mente hasta que las estrellas del cielo le muestren otros caminos.

Šaš, Croacia.

Cada día de esa vida recorría los pasajes de Šaš en un carro tirado por caballos, vendía harina junto a su tía. Cuarenta kilómetros diarios que demandaban la jornada completa.

Cansado regresaba a su casa después de toda esa labor. Pero a veces no alcanzaba con ser muy trabajador, de buena conducta, eran tiempos de gran dureza, Europa estaba convulsionada, así que siempre ocurrían sucesos.

Su papá lo regañaba fuertemente si los caballos estaban más cansados que de costumbre, por esos hechos caía demasiado pesada la mano.

Pero una noche las estrellas marcaron el principio del camino. Nicolae, porque así es su nombre, desató los caballos, los llevó al establo, les dio de comer y con lo puesto se fue de la casa, sin decir una sola palabra. Lo hizo caminando hacia un nuevo destino, quizás hacia un mundo que podía ser diferente.

Documento de incorporación al ejército.

Tenía 16 años cuando entró al ejército Croata, era el año 1945. La historia del mundo mostraba a la humanidad uno de sus peores momentos. Los nazis habían invadido esa tierra en 1941, formándose la Gran Croacia que comprendía territorios de Bosnia y Serbia occidental.

El país de Nicola era ahora aliado de Alemania, pero su ejército libraba batallas contra los comunistas, que en Italia se los denominaba partisanos.

Nicola vestía uniforme de soldado y era artillero, mientras su país se convertía en una de las seis repúblicas de la Federación Socialista Yugoslava.

El 5 de mayo de 1945 el destino lo dejó cerca de su casa en Šaš, así que pidió permiso a su superior para ir a ver a su madre y a su padre. Le fue concedido, sin saber que aquella sería la última vez que vería su familia y su casa.

Uno de los hermanos estaba con ellos, pero otro había sido tomado por los comunistas mucho tiempo atrás y nunca más supieron de él. Luego de verlos regresó con su ejército y permaneció siendo artillero hasta que la II Guerra llegó a su fin.

Cuando la noticia les fue impartida, debieron caminar durante 12 días y 12 noches para entregar sus armas a los ingleses. A partir de allí Nicola debió permanecer en un campo de detenidos, como prisionero de guerra.

Nicola era un niño en la guerra.

Las zanahorias son un alimento rico en vitamina A, pero hay una razón por la que Nicola no quiere comerlas: crudas, rayadas, cocidas, en escabeche, al horno. ¡No hay manera! Porque en el campo de detención la única comida posible eran zanahorias.

A pesar del hambre que tenían, detestaba esa raíz comestible de color anaranjado con forma cónica y alargada. Durante seis meses se las tiraban como si fueran animales. Ciento ochenta días en donde el único alimento posible eran las zanahorias.

Una tarde una mujer recorrió esos campos de detención, se trataba de Anna Eleanor Roosevelt, una escritora, activista y política estadounidense. Estaba al frente de la Cruz Roja Internacional y era además la primera dama de los Estados Unidos, así ocurrió desde el 4 de marzo de 1933 hasta el 12 de abril de 1945 durante las presidencias de su esposo, Franklin D. Roosevelt.

A partir de esa recorrida por los campos, el trato hacia los detenidos croatas cambió y con ellos la comida, comenzaron a recibir una alimentación más adecuada y al poco tiempo la buena noticia, que los detenidos de países no comunistas debían emigrar.

Nunca se sabe por qué el destino está fijado ni como acontecen las cosas, quizás sea la magia de los momentos exactos en el preciso estadio. Es parte de un milagro que sin dudas nos une de alguna manera, como si un hilo invisible nos sujetara para siempre.

En el listado de emigraciones había varios países, Nicola eligió dos: Estados Unidos y Argentina.

Antes de zarpar estuvieron 12 días en las cercanías de un puerto italiano, lo hacían esperando y  jugando con nieve, como si luego de tanta tristeza el destino les permitiera un rato de niñez.

Allí conoció a Elisabeth Kiefer, ella era casi una niña, su risa se enjuagaba con su pelo mojado de nieve y frío. Las miradas de ambos se encontraron varias veces y ocurrió así el tiempo del amor, bajo esas noches de esperanza y espera.

Nicola en su casa de Hinojo.

Zarparon a bordo del barco norteamericano General Holbrook, con 1180 almas hacia el puerto de Buenos Aires, en Argentina. El océano atlántico se abrió con la calma de los buenos tiempos.

La travesía lo encontró enamorado de Elisabeth, a quién luego llamarían Elsa. También con la amistad de un puertorriqueño que a veces durante el largo viaje lo llevaba a Nicola a los depósitos de víveres, le decía “aquí puedes comer lo que quieras” le ofrecía el paraíso en medio del mar. Con seguridad el marinero sabía de las privaciones, del hambre y las necesidades. Ese hecho era un oasis que marcaba el rumbo de un tiempo mejor.

Buenos Aires comenzó a verse bellísima desde el ancho Río de la Plata. Una vez en puerto, todos bajaron para alojarse en el Hotel del Inmigrante. Era el año 1949, principio de una nueva vida para todos ellos.

El gobierno de Juan Domingo Perón los recibía con un dinero, se trataba de 46 pesos para cada uno de los pasajeros. En aquel tiempo una comida buena costaba 1,70, así que el capital era una fortuna que agradecían.

Hotel de los Inmigrantes en Retiro - Buenos Aires - Argentina.

La zona de Retiro se transformó en su nuevo hogar. Nicola que sabía hablar ucraniano, ruso, polaco, inglés y alemán, no entendía absolutamente nada del español. Pero como él dice “Dios es grande”.

Un amigo que también había venido en el barco consiguió trabajo en el Aeropuerto de Ezeiza, así que llevó a Nicola para que haga labores allá.

En esa estación aérea de Argentina estuvo por algún tiempo hasta que la oportunidad se presentó para ir a trabajar a Comodoro Rivadavia. Así que, con las ganancias del primer trabajo se embarcó en un tren rumbo a la Patagonia Argentina.

También Elsa, junto con su familia había conseguido trabajo, se forjó en unos viñedos de la provincia de Mendoza. A pesar de las distancias entre los enamorados, el contacto no se perdía y sabían que se iban a volver a encontrar en Buenos Aires.

¿Cuántas posibilidades hay para que las cosas ocurran de una u otra manera? La frase de Nicola que “Dios es grande” no es algo que se dice al azar, él sabe con absoluta certeza de qué está hablando. Lo dice el mismo niño de la casa de altos en Šaš, esa que tenía el techo de tejas, las caballerizas, el sonido del tren cercano, el perfume de los tilos en junio, los bebederos, el olor del pasto y el sereno de las noches claras que mecían a los innumerables árboles. Lo dice el niño que se fue de la casa, que se hizo artillero, que estuvo en la guerra, que fue prisionero, que conoció a Elsa, que llenó su panza en el depósito de víveres de un barco, el mismo que no hablaba español, pero que no le importaba, porque podía avanzar, porque tenía una luz de faro que lo guiaba. Porque sabía que nunca estuvo solo.

Nicolae Ikasovic en la actualidad.

En Comodoro Rivadavia consiguió trabajo en una fundición. Lo primero que le llamó la atención era el fortísimo viento, algo que a pesar de haber vivido muchas experiencias lo sorprendía, porque no había cosas que pudieran impactarlo, pero sin embargo aquel fenómeno era absolutamente inusual.

El mismo día que consiguió trabajo también obtuvo una vivienda, porque la empresa tenía dispuesta unas ocho casas para los obreros de la fundición. A él le toco unas de las últimas.

El día que ingresó había dos hombres, uno de 28 años y otro de 65. Allí adentro el mayor le dice que con la ropa que llevaba puesta no podía ingresar. Que estaba muy sucia. Que se debía cambiar para ingresar.

Nicola no le entendía, apenas conocía algunas pocas palabras en español. El hombre insistía y al ver que Nicola no comprendía le hace señas para que se quite la ropa. Ikasovic se comienza a desnudar, sin entender completamente. Los dos hombres lo observan sin saber que Nicola estaba vestido con lo puesto, no tenía consigo más ropa que esa.

El hombre mayor se da cuenta que Nicola no podía armar una sola oración en español. Le da opciones, le pregunta: ¿habla inglés, ruso, alemán? Nicola le contesta en Ruso. Hablan, se comunican.

El hombre le pregunta de dónde es y Nicola le dice que es de Croacia. ¿De qué lugar? – le pregunta el hombre. ¡De Šaš! – le dice Nicola. El hombre lo mira largamente, hace un silencio extenso,  luego le pregunta “¿Cómo se llama tu padre?” “Mi padre se llama Francisco Ikasovic”, dice Nicola. El hombre lo sigue viendo, se le iluminan los ojos cuyos cristales parecen de agua, luego en medio de la emoción más grande le dice: “yo era amigo de la niñez de tu papá”. No hicieron falta más palabras porque, sin haberse visto nunca en la vida, se abrazaron.

Elsa y Nicola

Quizás nada es azar y todo está establecido, porque Nicola pudo haber ido a Estados Unidos en vez de Argentina, o quizás quedarse trabajando en Ezeiza, o tal vez la casa que le tocaba en Comodoro Rivadavia podría haber sido una de las primeras y no exactamente esa. Sin embargo los acontecimientos se dieron así, porque sin dudas “Dios es grande”.

La historia de Nicola amalgamó por poco tiempo en Comodoro Rivadavia, el viento lo abrumó demasiado y es probable que le trajera en ocasiones el perfume de Elsa.

Regresó a Retiro, en Buenos Aires. Enseguida consiguió trabajo en el Hospital Alemán, en la lavandería. En ese mismo momento retomó el contacto con Elsa que también se volvía de Mendoza.

Una vez que ella llegó, Nicola se fue a vivir a la zona de Quilmes. Esa ciudad, que está ubicada en la distancia intermedia entre La Plata y Capital Federal le ofreció a Nicola una oportunidad laboral en un frigorífico.

Ingresó como chofer y hacer en esa labor la recorrida por distintos comercios le permitió conocer los lugares más intrincados, a la vez que pudo asimilar el idioma español de manera perfecta.

El casamiento en Moreno - Argentina.

Con Elsa se casaron en Moreno, esa niña de ojos claros, con trigos y jazmines en los cabellos, cruzó el umbral de la puerta de la mano del hombre que eligió para toda la vida.

Vivieron en Quilmes durante los 10 años en que Nicola trabajó para el frigorífico, hasta que otra ocasión se presentó. Una fábrica de bolsas en la localidad de La Tablada. Quizás se trata del mismo principio que parece el final de una historia.

En ese lugar Ikasovic, aprendió todo acerca de unas máquinas industriales que se hacían de forma artesanal, eran capaces de generar 60.000 bolsas por hora. La empresa creció y con el tiempo se armó una planta importante en la localidad de Hinojo, en el centro mismo de la provincia de Buenos Aires, para abastecer el mercado de venta de cemento y cal de la zona.

Nicola de brazos cruzados en la fábrica de Hinojo.

Hinojo es el territorio que tiene el camino de Šaš, quizás también los tilos, los pinos, los paraísos, los álamos plateados. Tal vez el propio infinito del campo sea casi el mismo. Al igual que las noches de estrellas que, caen como diamantes al oeste. Hasta puede sentirse el mismo sonido del tren.

Allí es el sitio donde Carlos, el mayor de sus hijos pasó el mejor tiempo de la adolescencia y juventud, el mismo espacio en que Roberto, el segundo hijo del matrimonio, hizo su vida familiar, además de amigos entrañables, el propio lugar que albergó a Carina y Cristina, las mellizas del matrimonio, que sueñan el sueño donde todo se puede realizar.

Indisolubles son parte de una historia de vida, de un andar distinto, de una estirpe de lucha y valores, de personas como Elsa y Don Nicola, que enseña a entender por qué, Dios es grande.

Elisabeth Kiefer y Nicolae Ikasovic.

Fotografías: Gentileza Cristina Ikasovic.