Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –
La pornografía es uno de los asuntos que más interés suscita en la red. Diversas estadísticas, indican que una de cada siete búsquedas está originada por ella. Se estima que hay quinientos millones de páginas web con acceso y/o contenidos y que la industria generaría una dos mil quinientos millones dólares al año. Quizás no resulte tan novedoso, ya que es un tema frecuente en los informes sobre Internet. Y, además, la historia de los medios mucho tiene para contar al respecto. El cine, acaso su mayor referente tiene una nutrida relación que va mucho más allá de las salas específicas y de las cintas de alquiler. Entre 1907 y 1912, según relata Panessi en “Porno argento” (2013), se filmó la primera producción en Quilmes, cerca de la ribera, titulada “El satario” cuya novedad consistía en inaugurar un nuevo género. Sin detenernos a examinar la veracidad absoluta de la anécdota y lejos de promover algún triunfalismo nacionalista por la obra, es preciso reconocer que una de las claves de la incorporación de la práctica de ver películas mucho le debe a la difusión de una forma desapasionada y violenta del sexo.
También el tango, en sus primeras letras, da cuenta de ese interés. El humor, las caricaturas (en video o en revistas) e incluso la literatura, aunque en un registro diferente, ya que en muchos casos se aproxima más al arte que las demás expresiones, han incurrido en sus recursos argumentales. En consecuencia, si aceptamos el postulado de que la red replica (aunque con sus propias reglas) las relaciones, los consumos y las prácticas culturales y sociales previas, lejos estaríamos de suponer que merece semejante atención. Pero no se trata de volvernos pacatos ni moralistas (aunque es preciso recalcar que se vuelve un hábito problemático y que en muchas ocasiones interfiere en el pleno goce de una sexualidad plena, no sólo en adolescentes), la cuestión en diferente. Se trata de reflexionar el motivo de su persistencia. Ustedes dirán: el sexo estimula y atrapa. Aceptada esa premisa, es preciso reconocer que su circulación no era en 1920 igual que un siglo después, sin embargo el afán es igual (o acaso mayor). El acceso a medios que ofrecen esos productos se ha multiplicado, así como los productos disponibles. El sexo, en casi todas sus variantes, ha dejado de ser un tabú: incluso ya es un contenido curricular en Argentina. En consecuencia, tanto ha cambiado el contexto que no es posible más que diferenciarlos. No obstante ello, la pornografía sigue vigente como si se tratara de algo novedoso, como si ver una película no fuera lo mismo que haberlas visto a todas.
Si en 1917 fue una transgresión rodar una historia pornográfica, y coadyuvó al despliegue de la cinematografía de manera inesperada, quizás estemos ante el desafío de no buscar ninguna en Youtube. Dominar un deseo espurio también puede ser contracultural.