Somos instantes, momentos pasajeros y una sucesión de recuerdos. Somos viajeros en el tiempo, en una fracción del mundo en la que instalamos nuestra vida como si fuera durar para siempre. Pero lo cierto es que somos fugaces, somos como huellas en la arena que las olas borran al momento.
Nos empeñamos en vivir instalados en el cuento de aquello que nos hiere y en el lamento de no tener lo que nos falta y nos olvidamos de vivir lo que tenemos. Dejamos que el tiempo se escape sin pensar que nada es eterno, ni lo que amas ni lo que te hiere, porque en realidad somos una sucesión de momentos, somos instantes pasajeros.
Lo queremos todo al momento, no tenemos lugar para el respiro, todo es rápido, todo pasa y nada se disfruta. En el mundo de la comida rápida, las citas exprés y los horarios repletos de citas de trabajo, hemos perdido la perspectiva del valor del tiempo, preocupándonos más por el sufrimiento que por el placer de las cosas simples de la vida.
Somos unos locos que no sabemos vivir el momento. Preferimos ir raudos mirando el suelo en lugar de disfrutar del lugar en el que estamos y correr para llegar a cualquier sitio en lugar de pasear y respirar lo que nos rodea. Preferimos dejar que el tiempo se escape entre nuestros dedos que agarrar el momento con fuerza para vivirlo sin miedo.
Lo queremos todo deprisa porque siempre hay algo más importante, algo más allá que disfrutar del momento presente y nos olvidamos de disfrutar de lo que tenemos, porque nunca paramos lo suficiente como para darnos cuenta de ello. Vivimos encerrados en un túnel del tiempo, un túnel oscuro con una sola luz al fondo que nos impide ver aquello que nos rodea y que nos empuja a ir ciegos hacia ese futuro incierto.
Somos instantes menos cuando sufrimos, entonces somos eternos y dañinos.
Pablo Picasso. ‘La alegría de vivir’. (1945).
En Provincia agradece el aporte del artículo a Analía Pini