
Dr. Luis Sujatovich – UDE – Universidad Siglo 21 –
La distinción entre ser y estar es una cualidad del idioma español que, si bien no es exclusiva, permite diferenciarlo de muchos otros. Sin embargo, cuando se realizan categorizaciones acerca de los consumos culturales esa separación desaparece. Y si alguien hace algo con, es ese algo. Por ejemplo, si una persona mira un programa de televisión acerca de un género musical, es ese género. Tan complicados estamos con esas descripciones que cualquier interés sostenido por una actividad rápidamente se define como fanatismo.
Mirar videos en Internet o cualquier otra actividad no se asume (en términos conceptuales) como una circunstancia que tiene tanto de azar como de voluntad, pero no que cifra su ser en esa acción. Si así fuera, bastaría con sacarle una foto a una persona que se encuentre durmiendo para sostener que es un “dormilón”. Un ejemplo más frecuente también se genera con el trabajo, alguien que conduce un taxi es un “taxista” y más que una descripción de un trabajo, es toda una definición para el sentido común, que es, acaso un modo amable de referirse de forma impersonal a quienes tienen el poder de darle nombre a las cosas.
La imposibilidad que padece la mayoría silenciosa de salir de los roles otorgados por sus hábitos y condiciones materiales se contrapone con quienes no tienen que sufrir ninguno de los rigores materiales y simbólicos. Para ser algo y tener la posibilidad de estar en muchos sitios sin que ninguno nos defina (o si lo hace es de forma positiva), hay que pertenecer a otro grupo, más pequeño y confortable que se reconoce protagonista de la cultura (de esa que vive lejos del pueblo, por supuesto) y que no teme en determinar las posibilidades de cada quien según su rango y pertenencia social.
La gente mira la televisión todo el día y no piensa; están todo el día en Internet, no se dan cuenta de nada; se la pasan hablando de fútbol, no pueden pensar en otra cosa, son sólo algunas de las contundentes frases que este selecto conjunto de pensadores nos ofrece a diario. El convencimiento que poseen respecto de sus potencialidades analíticas les hace creer que tienen razón, que sólo ellos pueden hacer una labor y no quedar atrapados para siempre en los límites de una condición, empleo o elección circunstancial.
Según su forma de dividir a la sociedad, los plomeros sólo pueden pensar en tuberías y en goteras y, por lo tanto, todo asunto que supere esas cuestiones les resulta un enigma inescrutable. Por eso suponen que su labor es pensar, pero – vaya malicia – no lo hacen para volver soberanos al conjunto, sino para solazarse de sus grandes ventajas particulares y para pugnar en contra de cualquier transformación que los ponga en riesgo o los incomode.
Nadie es sólo lo que está haciendo. Mirar es un acto múltiple, como conversar o trabajar. No existe un ser humano unidimensional, ni siquiera aquellos que creen que los demás lo son.
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