Sarmiento no ha muerto: camina entre los hombres

Por Elvira Yorio* –

Camina entre los hombres, tal vez con el paso firme que pisó el suelo francés o con el andar cansino que recorrió escuelas en Estados Unidos, o arrastrando los pies en las redacciones periodísticas de Chile, o transitando impaciente San Juan o Buenos Aires… no importa cómo. Algunos lo reconocen. A muchos les ha sido negada su existencia, por la falsificación de la historia. Otros, adiestrados en el rechazo de la excelencia, no lo ven…porque nunca lo vieron. Lo cierto es que Borges tenía razón, Sarmiento está más vivo que nunca:” Es alguien que sigue odiando, amando y combatiendo…su obstinado amor quiere salvarnos…camina entre los hombres, que le pagan su jornal de injurias…”

Tuvo la valentía de combatir en cruentas batallas, enfrentó a tiranos sanguinarios, sufrió enconadas persecuciones y soportó la amargura de prolongados exilios…nada melló su bravura o doblegó su espíritu, ni esa apasionada vocación de progreso para su patria, que en su fervor vislumbraba soberana, libre y culta.  

Tal vez, entre los inmerecidos oprobios que le dedicaron, haya alguna crítica no exenta de fundamento. ¿Qué humano no comete un error o, en algún momento de su trayectoria vital, se ve condicionado por aquellas circunstancias de las que hablaba Ortega? ¿Es acaso lícito juzgarlo sin considerar el contexto histórico que lo determinara? Quizás retaceó su ecuanimidad al considerar a gauchos y salvajes, en esa pugna no siempre bien comprendida, o mal resuelta, entre progreso e identidad. La intelectualidad izquierdista lo ha denostado, ante su actitud frente a la ejecución de Chacho Peñaloza. Un caudillo que sometió a la miseria y al estancamiento, a las poblaciones que decía proteger, pero carecían de lo elemental. En otro orden de cosas, confieso que me cuesta suponer cuál sería mi reacción ante ataques de malones, sin posibilidad de defensa de la integridad física propia, de mi familia o de las posesiones materiales. Además, por el mero hecho de pensar distinto, de oponerse al régimen despótico de Rosas, Sarmiento fue “desterrado…estropeado, lleno de cardenales, puntazos, y golpes recibidos…en una de esas bacanales sangrientas de soldadesca y mazorqueros…”  como él mismo describió su situación al emprender ese obligado exilio a Chile, que se prolongó tantos años.

Quería lo mejor para su patria. Comprobó que Rosas, Peñaloza, Urquiza…tenían un común denominador: ejercían el “caudillaje”, no eran demócratas, sino individuos personalistas con ansias de poder, ejercido en detrimento de los derechos ciudadanos. Rosas, estuvo veinte años en el cargo que ocupó en forma discrecional, ya que llegó a detentar la suma del poder público. Una conducción omnímoda. Como muchos tiranos, quiso disfrazarla bajo rótulos a través de los cuales pretendió aceptación. Se calificaba a sí mismo como “federalista”, pero su centralismo dictatorial desmentía ese rótulo. En aquellos tiempos, tiempos difíciles si los hubo, todo el que osaba oponerse a esos regímenes, era tildado de unitario, como sinónimo de antipatria, y perseguido sin compasión.              

 Con su proverbial coraje escribió, desde el exilio,” Facundo. Civilización y barbarie” (1845) en forma de folletín para un periódico chileno “El progreso”. Su pluma, tan inteligente y vigorosa como combativa, delinea en ese texto un verdadero plan de gobierno con propuestas socio-políticas de avanzada. En primer lugar, la educación: pública, gratuita y laica; también incremento del comercio; fomento de la industria, organización del transporte por distintas vías, etc. Cabe advertir que no presenta una opción o una antinomia entre civilización o barbarie, solo expone dos realidades que, bajo distintos ropajes, se han presentado a lo largo de los siglos. Parecería formular una suerte de ensamble entre ambas, al menos una posible asimilación. Dice Sarmiento: “Había antes de 1810 en la República Argentina dos sociedades distintas, rivales e incompatibles, dos civilizaciones diversas, la una española europea, culta; la otra bárbara, americana, casi indígena; y la revolución de las ciudades solo iba a servir de causa, de móvil para que estas dos maneras distintas de ser de un pueblo se pusiesen en presencia una de otra, se acometiesen y, después de largos años de lucha, la una absorbiere a la otra.”

 Lo cierto es que, en esta biografía de Quiroga, el autor va más allá, pues articula un fiel resumen del ideario liberal que constituyó su concepción política. En 1848 expone una vez más sus ideas sobre educación, con base en la observación directa de los sistemas educativos de Europa y Estados Unidos. En Francia fue designado miembro del Instituto Histórico. Visitó también España, norte de África, Italia, Suiza, Alemania, Países Bajos, Gran Bretaña. Luego viajó a Canadá y a Estados Unidos, donde trabó contacto con Horace Mann creador de originales métodos educativos que dejaron en él una profunda huella. De hecho, este vínculo posibilitó que, años más tarde, maestras de ese país vinieran a Argentina a enseñar y a formar docentes. A su regreso, volcó en sendos libros, sus experiencias en el extranjero (“De la educación popular” y “Viajes por Europa, África, y América). En el viaje de referencia, que duró casi dos años y medio, también visitó Cuba y Panamá, antes de su retorno a Chile, desde donde había partido, comisionado por el presidente de ese país.  

Todos esos conocimientos, que aquilató es su recorrida por los principales centros educativos del mundo, serían llevados a la práctica, primero en Chile y años después en Argentina, cuando se desempeñó como presidente de la nación (1868-1874). Si bien su excelente labor de gobierno tuvo enormes proyecciones sobre las más diversas áreas, descolló en materia educativa. Baste solo recordar que fundó ochocientas escuelas, la Academia Nacional de Ciencias; la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas; el Colegio Militar; el Liceo Naval: el Observatorio Astronómico; la Comisión protectora de bibliotecas populares y edificó más de cien bibliotecas populares. Una decisión importante para la organización del país, fue ordenar la realización de un censo cuyos datos le permitieron realizar una planificación precisa en áreas de gravitante interés.   

Importantes iniciativas llegaron a impulsar como senador (1857), allí propició la sanción del Código de Comercio, impulsó la aprobación del voto secreto y fue autor de un proyecto para impedir el fraude electoral, también trabajó en temas de salud pública y fomento comercial. Otro logro notable de este hombre infatigable, fue impulsar la sanción de la Ley 1420, que en su momento significó un arma formidable para combatir el analfabetismo.

Amaba profundamente a su provincia natal, por lo cual le hizo muy feliz desempeñarse en ella como gobernador (1861-1864). En el libro “Facundo” había acusado a los caudillos que apoyaron a Rosas y descripto con amargura la decadencia de San Juan. Luego, desde su cargo, tuvo oportunidad de hacer mucho por su recuperación. Promovió la Ley de Educación Pública que impuso la enseñanza primaria obligatoria y fundó establecimientos educativos de distintos niveles. Asimismo, mandó construir establecimientos públicos, como hospitales y oficinas. Abrió nuevas rutas y caminos, fomentó las incipientes industrias, la minería y la agricultura.

También se desempeñó como ministro del Interior (1879). La índole de esta nota no permite enumerar siquiera todas las obras que llevó a cabo Sarmiento en las distintas funciones que ejerció. Debe destacarse que este hombre se hizo a sí mismo, sin ninguna apoyatura académica, y llegó a un nivel cultural que pocos han alcanzado, pero además fue un trabajador infatigable que exhibió una conducta intachable en toda su excepcional trayectoria. Sus más enconados detractores nunca pudieron hallar en él ni un mínimo rasgo de deshonestidad. En Chile, Paraguay, Francia, Estados Unidos, se le confirieron importantes distinciones. En Argentina si bien se lo venera, también continúa siendo criticando. Es verdad que nadie es profeta en su tierra (San Lucas 4:24). Esta afirmación es válida hoy, pues exorbita su sentido religioso para poseer un marcado significado sociológico. En el mundo hay pocos seres humanos que merezcan llamarse grandes, por haber sabido compatibilizar sus cualidades innatas con una sólida formación y férreo mantenimiento de los valores éticos y poner todo ello, con absoluto desinterés, al servicio de una causa noble. Sarmiento lo hizo, por eso continúa caminando entre nosotros.                 

*Colaboración para En Provincia.

Fotografía: Archivo web.