Llegaré a casa
y todo será igual que ayer,
todo estará igual que ayer,
el mismo aliento en el paciente paso,
el mismo árbol que vio nacer y morir a mi padre,
la misma desnudez;
inanición de paraísos para los huesos,
quietud de patria,
heridas indelebles en la dignidad humana.
La ceniza que barrunta el sueño recurrente
estará ahí, exacta y sola
espiando por las rendijas
donde se descubre el umbral estremecido.
Llegaré una vez más
cerrando como sentencia la puerta a mí paso,
dándole de nuevo la espalda a la tierra,
al circunspecto horizonte.
Colgaré del perchero
mis lágrimas de silex
hasta el inicio de la próxima jornada
y beberé del vino agrio.
Bailaré el último vals con la sombra que siempre espera
el renacer de su lobo desdentado.
Llegaré a la gravedad del silencio
al miedo
al dolor
a la rudimentaria furia.
Llegaré y veré en el espejo
la cara de un pequeño dios, imperceptible,
tallado sólo para el olvido.
Y el reflejo huirá de mí,
otra vez huirá de mí.
Y el Olor
y el hambre
y el sexo huirá de mí.
Hasta la última encrucijada la belleza.
Y aunque mi lengua nada sepa de manjares
el banquete estará listo para la negra bocanada;
monótona simetría de sal y almíbar.
Llegaré a casa en otoño
con una bala anónima entre las manos
y una estrella de sangre en la solapa.
Llegaré a ese breve universo de éxodos
donde no existe el adiós ni la victoria,
donde nunca fui,
donde pude haber sido el que siempre he anhelado.
Llegaré a casa desde el polvo,
llegaré desde la cruz y el misterio.
Autor: Jorge Zanzio.