
El episodio protagonizado por Piotr Szczerek, CEO de la empresa polaca Drogbruk, quien le arrebató a un niño la gorra que el tenista Kamil Majchrzak le había regalado tras una victoria en el US Open, es más que una anécdota viral: es un espejo incómodo de cómo el poder, el ego y la falta de empatía pueden manifestarse incluso en los gestos más cotidianos.
En un contexto donde el deporte suele ser símbolo de nobleza, esfuerzo y conexión humana, este acto rompe con esa narrativa. No se trata solo de una gorra, como el propio Szczerek intentó minimizar diciendo “la vida es para el que llega primero”. Se trata de lo que representa: un momento de ilusión para un niño, una muestra de generosidad por parte de un atleta, y una oportunidad para que los adultos demuestren que saben respetar lo que no les pertenece.
Lo más inquietante es que quien cometió el acto no fue un desconocido sin recursos, sino un empresario exitoso, patrocinador del propio tenista y de la federación de tenis de su país. Esto plantea una pregunta incómoda: ¿cómo puede alguien que ha alcanzado tanto, actuar con tan poca consideración hacia un niño?
Pero también hay luz en esta historia. La reacción del tenista Majchrzak, quien buscó al niño para compensar el gesto y regalarle no solo otra gorra sino su tiempo y atención, nos recuerda que la empatía puede reparar lo que el ego rompe. Y que, en medio del escándalo, aún hay quienes entienden que los gestos pequeños pueden tener un impacto enorme.
Este incidente nos invita a reflexionar sobre cómo actuamos cuando nadie nos obliga a hacerlo bien. ¿Elegimos el respeto, la generosidad, el ejemplo? ¿O dejamos que el deseo de poseer, de sobresalir, nos haga olvidar que hay ojos inocentes mirando?
Porque al final, no es la gorra lo que se robó. Fue un momento que debía ser mágico para un niño. Y eso, ni el dinero ni el poder pueden justificarlo.
Un personaje que antes poca gente conocía y ahora todos conocemos, de la peor manera posible.
Fotografía: Archivo web.