
Pintar el caparazón de una tortuga no es inofensivo, es una forma silenciosa de crueldad.
Su caparazón está vivo, lleno de nervios y vasos sanguíneos. A través de él respira, regula su temperatura y siente.
Al cubrirlo con pintura, se bloquea su capacidad de absorber luz solar, esencial para su metabolismo y desarrollo óseo.
También se impide que elimine bacterias y hongos de forma natural.
Muchas mueren lentamente por infecciones o envenenamiento.
No es arte. Es sufrimiento. Y muchas veces, una tortura que termina en silencio.
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