María Soledad Gutierrez Eguía: “Desde fuera del mundo”

Por María Soledad Gutierrez Eguía* –

Fue allí donde los pájaros existieron fuera del cielo.

Así, las mareas a sus ojos no eran más que trazos de cristal espejando la fluorescencia del círculo de oro. Las montañas, minúsculos collados idénticos; solemnísimos escalones ascendiendo en la vastedad. Los campos, inmensidad cetrina ilimitada.

Así, los caminos como hilos uniendo el universo del curvo telar. Los castillos, las casas, las terrazas; geometrías imprecisas extinguiéndose en la bruma; vapor traslúcido, morada de la lejanía. Las voces, melodiosas sinfonías levísimas del sonido. Rumores de lo vivo, gestos de la pequeñez imperfecta. Así el arroyo, cántaro de invierno, derramando las angustias de los enfermos, tendidas en suelos espléndidos; señal lívida de relieves. Límites terrosos, devorando los colores al umbral de cada fundación.

Bandadas de pájaros en círculos fugacísimos envolviéndolo todo.

La noche viendo caer los crepúsculos en cada abismo, alejándose absoluta, abrazando una luna que viene y reposa en su rostro, maravillada.

Yacen en vuelo los alados a la hora exacta sobre el desorden del mundo, advirtiendo en el instante último, cómo en sus alas se hunden las ignominias del hombre.

Sus ojos no intuyeron la mezquindad. No existía un lugar “soberano” para todos. El hombre debía “ser” a costa de que ellos “no sean”. Ser algo a costa de algo. El “ser” es injusto y la anatomía del mundo lo entendió. El velo del olvido se apiadó del hombre. Ninguna descendencia recogió ese día en la memoria. Porque conocer no siempre es recordar. Porque el hombre hoy “es” en plenitud y convive con los pájaros. El tiempo remedió con el olvido, y hasta los pájaros olvidaron y aprendieron y no se reconocieron extranjeros.

Velados y “libres” atravesaron el rostro insepulto del huracán; rascacielos cosmopolitas inacabables; los arcos; las planicies; los claros; los glaciares; los desiertos; los humedales; las llanuras; los lagos; los campos de girasoles y tulipanes deliciosos.

Sobrevolaron la bondad, en los ojos de una anciana donde el tiempo se extendió en un siglo; la tristeza, en las manos del que fue discípulo y se rindió; la soledad del vacilante que avanza a ciegas a contramano del día.

¿Qué fue del desprendimiento, qué del desgarro, qué de la ruptura? La verdad escinde y a veces también niega. ¿Dónde existe hoy el principio del mundo? Los pájaros eran más que los hombres, y tenían, en derivación, que ser derribados por ellos. La supremacía a menudo es bondad y es ingenua.

El desatino de un vuelo muy bajo, ¡demasiado cerca del mundo!; se abrió el portal… La tirana embriaguez del hombre, el inconformismo del espíritu.

Su irracional condenación a los infiernos.

Así el mundo, que es —como siglos más tarde un hombre dijera— “un lugar brindado a la libertad de volar”.

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*Escritora y Diseñadora en comunicación visual.

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