Longevos y contemporáneos: dos interpretaciones acerca de la brevedad

Hand drawing a conceptual diagram about the importance to find the shortest way to go from point A to point B, or a simple solution to a problem.

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UDE – Universidad Siglo 21 –

La brevedad constituye una cualidad de la cultura contemporánea que permite distinguir, con facilidad, contemporáneos de longevos. Unos la disfrutan, la recrean, la potencian y otros (nosotros) la padecemos, sin alcanzar a comprender la complejidad que posee su ejercicio. ¿O no es más sencillo decirlo todo que elegir lo más relevante?

Los creadores de los periódicos populares,  a partir del siglo XX, advirtieron la necesidad de acortar las extensas crónicas y detenerse sólo en aquello que era importante: así nació la formación profesional del periodista. Enseñar a escribir de forma sintética, con prolijidad y sencillez, por lo tanto, era indispensable. Podemos colegir entonces, que nuestra tendencia hacia la verborragia, es la que nos insinúa que la brevedad es sinónimo de levedad.

Las repetidas quejas sobre la aceleración en la percepción del tiempo se revelaron falsas cuando WhatsApp permitió avanzar rápido con los audios: nadie ha perdido ocasión de aprovechar esa función. Y, desde luego, no se trata de una trampa ni de una traición a los principios del tiempo en su medida saludable, sino más bien el reconocimiento de que hay formas de síntesis que nos ayudan a hacer más cosas o a no malgastar el tiempo. Por cierto, los telegramas no son, precisamente, actuales, ¿no es cierto? Y ¿cuál fue su función? Enviar un mensaje importante rápido y para ello se necesitaba que fuera escueto. Los longevos también ansiábamos la celeridad, pero carecíamos de los dispositivos digitales. En ocasiones se suele depositar en un objeto una práctica o un cambio de subjetividad que venía acumulándose durante décadas, por ejemplo el automóvil no nos hizo más impacientes. Por el contrario, la impaciencia es la que impulsó a su creación.

Los refranes,  los epigramas, los aforismos, los chistes, son sólo algunas de las piezas que, concebidas en épocas remotas, permiten comprender la historia de la cultura, del arte y de la comunicación no han sido protagonizados, únicamente, porque quienes anhelaban la totalidad.  La meticulosidad de un relato, atado a detalles intrascendentes y a múltiples personajes que desvían una y otra vez la atención, se asemeja a más a una incapacidad para ordenar hechos y valorar vínculos que a un recurso estilístico reservado para notables.  Emparentar cantidad con calidad resulta inaceptable, pero suele funcionar. La imagen de un libro de quinientas páginas insta a suponer que demandó más esfuerzo que uno de noventa. Y si desestimamos el esfuerzo físico de la redacción, ¿qué otro argumento (formal) podríamos utilizar para sostener esa aseveración?

Carlos Scolari en “Cultura Snack”, su último libro, afirma que: “un mensaje de WhatsApp, una microficción o un spoiler, pueden develar conexiones ocultas y decir mucho de fenómenos muy grandes. El aleteo de un tuit en la red puede provocar un tornado en el Nasdaq”.

Alguien nos hizo creer que el placer de la cultura sólo se manifestaba en la lentitud, en la abundancia, en la meticulosa repetición de una ceremonia silenciosa y adusta.

Para los contemporáneos, en cambio, la belleza existe cada vez que alguien logra inventar un modo más eficiente de brevedad.