Leila Sucari: “Inventarse una vida a los 50 es más arriesgado y vital que hacerlo a los 20”

Por Claudia Lorenzón – Agencia Télam –

Con una protagonista que transita fronteras territoriales, personales y de la vida en sociedad, Leila Sucari construye en la novela “Casi perra” la historia de una mujer que a partir de un viaje abandona la ciudad y se interna en la naturaleza, donde establece vínculos amorosos con un varón y una mujer en los que no faltan la atracción, el sexo y también la violencia, como parte de un proceso de transformación que la lleva a la animalidad.

La historia tiene como protagonista a una mujer en su edad madura que viaja a bordo de un tren para internarse en un nuevo ámbito dominado por la naturaleza, luego de la frustración por una ruptura amorosa y la imposibilidad de haber sido madre. Imbuida de una libertad interna que la domina, está decidida a experimentar y así se relaciona afectivamente con el guardia del camping en un vínculo donde ella ejerce violencia física, y luego con Diamela, donde la obra se abre a la reflexión sobre una posible maternidad entre dos mujeres.

En esa transformación que va experimentando internamente, manifiesta un comportamiento entre la cordura y la locura, lindante con el mundo animal, en el que huele, babea y hasta hurga en las bolsas de residuos que dejan los habitantes de un camping donde inicia su nueva vida.

“Un cuerpo que va mutando, deseando y experimentando me resulta más atractivo. Ella busca romper con el mandato y lo que se espera de una mujer adulta, va hacia el encuentro de su deseo, aunque no sepa al principio de qué se trata”, dice Sucari en diálogo con Télam acerca de la protagonista.

Autora de novelas como “Adentro tampoco hay luz” y “Fugaz”, Sucari (Buenos Aires, 1987) vuelve con esta obra, editada por Tusquets, a escenarios de una perturbadora oscuridad psicológica donde el padecimiento atraviesa el alma de la protagonista con una historia donde la realidad se metamorfosea para dar lugar a nuevas experiencias.

– Télam: La historia de “Casi perra” transita por muchos límites con una protagonista que adquiere conductas animales ¿Por qué te interesa trabajar desde esas fronteras?

– Leila Sucari: Me interesa la frontera como posibilidad de apertura, generar una tensión entre una y otra cosa: lo animal y lo humano, la locura y la cordura, el amor y el desamor. Cuestionar el límite, diluirlo y trabajar desde las paradojas. Me atrae lo que es y no es al mismo tiempo, en la no definición hay una potencia muy fuerte.

– T: ¿A qué responde la libertad o apertura a la sexualidad tanto de varones como mujeres en la historia?

– L.S: Hay una frase de Barthes que me gusta mucho que dice: “el estereotipo es el lugar del discurso donde falta el cuerpo”. Pienso que la escritura tiene que dinamitar los lugares comunes, los estereotipos, cuestionar los roles y las supuestas certezas. Por eso trabajo desde el cuerpo, desde lo sensorial, desde la construcción de voces que perciben el mundo y lo gozan y lo duelen de una manera particular. Me aburren las invenciones intelectuales, las bajadas de línea. Un cuerpo que va mutando y deseando y experimentando me resulta más atractivo. Ella busca romper con el mandato y lo que se espera de una mujer adulta, va hacia el encuentro de su deseo, aunque no sepa al principio de qué se trata, va hacia lo desconocido, siguiendo un impulso, una intuición. Para ser libre tiene que romper una estructura, separarse, perderse al punto de no retorno, de no saber quién es. Es todo un esfuerzo, un riesgo. En cuanto a lo erótico y la sexualidad, creo que son formas de conocimiento profundo, entrar en el ‘otrx’ para descubrirse a sí mismo, para expandirse también. Pensar lo íntimo y el cuerpo como formas de revelación, de acceso -aunque sea efímero- a una especie de verdad.

– T: La conjunción del universo humano y animal es otra de las características de tu obra. ¿A qué responde en tu cosmovisión, más allá de la transformación que va experimentando la protagonista?

– L.S: Es necesario aprender a mirar de otra manera, salir de la visión patriarcal humano-centrista que nos está destruyendo y fagocitando a velocidades insólitas, creo que tenemos que descubrir otras posibilidades de habitar este mundo. Es una necesidad y una responsabilidad. En ese sentido es que me interesa la cuestión inter-especie, tiene que ver con entrar en otro tiempo, otro ritmo y sensibilidad. Es una inquietud que tengo desde muy chica la del límite entre lo humano y lo animal, en la pandemia se hizo más fuerte la necesidad de cambiar el foco, el punto de vista. Leí un libro del filósofo Emanuele Coccia, “La vida de las plantas”, que me generó un montón de preguntas e influyó en la escritura de “Casi Perra”, lo mismo que “Las metamorfosis” de Ovidio: me interesa el devenir, animalizarnos, volvernos plantas, frutas, espinas; ser parte de un todo.

– T: La protagonista es una mujer que no pudo tener hijos en la madurez de su vida y, por momentos parece vivir en un delirio controlado. ¿Por qué elegiste a un personaje con estas características?

– L.S: Dejar todo e irse es más fácil, o si se quiere más esperable, cuando tenés 20 años. Hay una idea de que debemos vivir según un orden cronológico: crecer, ir a la escuela, después buscarse a sí mismo (ahí entraría la posibilidad aceptada del irse, esa suerte de viaje iniciático antes de empezar la supuesta “vida de verdad”, la adulta), después entrar en la vorágine de productividad (laboral y de reproducción de ‘hijos’), envejecer y morir. Me agobia esa línea recta. Hay que buscar puntos de fuga, quiebres, intersticios por los que escaparle a esos mandatos. Guiarse por un deseo genuino, que tenga ritmos propios. Como dice Simone de Beauvoir, libre no se nace, se hace. Por eso quise partir de una mujer adulta, había más riesgo ahí: dejar todo, desarmarse, desconocerse y abrirse a lo nuevo, inventarse una vida a los 50 es más arriesgado y vital que hacerlo a los 20 cuando pareciera que eso está permitido. Ella está en plena menopausia, ya pasó lo que se supone que es el momento álgido de su existencia, pero en realidad recién está comenzando. Su vida verdadera comienza cuando abandona los lugares seguros, cuando se deja asombrar por un deseo que la arrasa, cuando de pronto el yo se quiebra y aflora esa suerte de delirio, de apertura.

– T: La violencia es otro elemento presente en la obra. La protagonista golpea al guardia con el que tiene un encuentro sexual y en otro momento la expulsan con una escoba. Pienso si eso tiene que ver con una forma de descomposición o transformación personal.

– L.S: La violencia es parte de la furia que ella tiene, la furia es también un motor de movimiento.

– T: Como en otras de tus obras, el tema de la maternidad está presente en la novela. En este caso la maternidad que no pudo ser. ¿Por qué este tópico te convoca constantemente?

– L.S: La maternidad es un tema que me fascina por el nivel de intensidad y de contradicción que tiene. Es maravillosa, es aterradora, es salvaje y es suave, todo a la vez. Pienso que la decisión de ser o no ser madre es una cuestión muy compleja, un deseo en el que se juegan muchas cosas: el mandato, la pulsión mamífera, la exigencia social, el misterio también. Gracias al feminismo, a la ley del aborto y a la des-romantización que hubo en los últimos años en relación a la maternidad, se abrió la posibilidad de replantearse el hecho de ser o no ser madre, y eso está buenísimo, poder elegir, poder pensar. No sé cómo lo atraviesan las generaciones jóvenes, creo que con menos presión. De todas maneras, no creo que la maternidad sea una forma de esclavitud, como a veces se dice, o que coarte la libertad de la mujer, también puede ser una experiencia de libertad, de expansión y de conocimiento. Eso es lo genial que tiene: es paradójica, profunda y extrema. Por eso me interesa como materia de escritura, se me aparece porque me atraviesa y me llena de preguntas y de asombro.

Fotografía: Archivo web.