Las puñaladas y las balas que no porta ni carga el diablo

Por Guillermo Cavia –

El 15 de noviembre de 1943 Von Hansken lustró la culata de madera de la escopeta Mossberg calibre 12/76. Lo hizo como tantas veces sabiendo que estaba ante el final de otra arma y, como tal, la colocó junto a las otras que en la mañana esperaban ser trasladas al puerto y de allí a América.

El envío llegó primero a Brasil y por último a Montevideo. Las escopetas fueron recibidas por el último importador, un tano petiso de bigotes gruesos que enseguida colocó el material, cuya venta estaba resuelta desde hacía varios meses.

Algunas escopetas entraron al país a través de la provincia de Corrientes y Entre Ríos y así hasta Buenos Aires. Una Mossberg de esa partida, calibre 12/76 de 2 caños permaneció en las vitrinas de una vieja armería del bario de San Telmo que cerró en 1950 y cuyo material fue adquirido por una armería de la ciudad de La Plata. Allí volvió a la vitrina y se mantuvo perfecta por casi 10 años, hasta que finalmente fue adquirida.

La escopeta con su estuche negro de cuero refinado pasó de la vitrina a la parte superior de un armario, ubicado en el primer piso de una casona casi céntrica en la ciudad de La Plata. Allí permanecía muda, pero siempre tentando a la muerte, tal cual lo hizo desde el primer lustre de material acabado. No había en ella restos de pólvora y los cartuchos la circundaban sin siquiera tocarla.

La mañana del 15 de noviembre de 1992 Fabián y Carolina se conocieron caminando por una calle y casi dos meses después, el primero de enero de 1993 se hicieron novios en la fiesta de año en casa de amigos comunes, entonces él tenía 17 años y ella 14. El amor creció y tomó vuelo en el colegio Marcos Sastre de la localidad de Tigre.

Durante los tres años que duró el noviazgo los amigos y los padres de ambos fueron testigos que ese amor estaba atormentado, pero lo dejaron crecer como si se tratase de un mar embravecido que pudiera una tarde apacible dejar de bramar. Pero los silencios permanecieron con ellos y alrededor de ellos, como los cartuchos de la Mossberg, esperando por el fuego y al acecho de la muerte.

Fabián amenazaba a Carolina loco de celos creyendo que ella lo engañaba, era una constante en él y por eso le escribía carta de amenazas con pinturas de cruces esvásticas.

Una tarde el papá de Carolina vio una escena en la que los chicos peleaban en la esquina de la cuadra, ella lo agredía para defenderse y él cerró el principio de la historia con una trompada en la boca del estómago que la dejó en el suelo ajena de aire. Desde entonces el padre de Carolina no permitió que los chicos se vean y solo lo hacían en la escuela de Tigre, pero solo faltaban 10 días para que aconteciera la tragedia.

Fabián Tablada de 20 años esperó la noche de un 27 de mayo y allí mato a su novia Carolina de 113 puñaladas. Hay un fantasma que vuela el hecho y en ellos están los testigos que vieron el anuncio de la muerte al igual que los que observaban la escopeta en la vitrina, porque sabían de la muerte, y no se trata de coincidencias.

Como un capricho, el 15 de noviembre de 1992, mientras Carolina caminando en una calle de Tigre encontraba al artífice de su propia muerte, que ocurriría tres años después, una escena de espanto comenzaba a gestarse. No demasiado lejos de allí y en el exacto instante, un odontólogo de la ciudad de La Plata buscó la escopeta guardada sobre el armario y en medio de su casa mató a su mujer Gladys Mc Donald de 57 años, luego lo hizo con sus hijas Cecilia, de 26 años y Adriana de 24 que corrieron aterradas por la escalera hacia la nada, porque Barreda cargaba y mataba. De esos primeros asesinatos fue testigo su suegra, Elena Arreche de 86, que recibió el último disparo.

La muerte y la violencia nunca nos han dejado. Ni antes, ni ahora. Es una constante en nuestro país, donde irónicamente hemos generado vacunas por la llegada del Coronavirus, pero vivimos en la danza de una muerte inmutable. Nacer o morir parecen parte de un milagro, que en nuestros días ya no lo es.

guillermocavia@gmail.com