El Almirante Tormenta

Por Dr. Fernando R. Klappenbach

Al Almte. Guillermo Duhalde.

Mandé a mis hombres a luchar contra hombres no contra los elementos. Felipe II1

Isabel Flores de Oliva nació, en 1586, en la ciudad peruana de Lima. Su madre le cambió el nombre, al ser confirmada en 1597, por Rosa, debido a su belleza.

Decidió consagrar su vida a la fe católica. Ingresó de muy joven a la Orden de Santo Domingo. Tomó como modelo a Santa Catalina de Siena en su comportamiento y hábito: la túnica blanca y el manto negro en su cabeza.

En 1561 frente a las costas peruanas, en el puerto de El Callao, el corsario holandés Joris Van Spilbergen intentó saquear las arcas del Virreinato del Perú.

Rosa, por entonces tenía 29 años, se instaló en la Iglesia Nuestra Señora del Rosario para rezar y suplicarle a la Virgen del Rosario la salvación de Lima.

Los piratas holandeses no pudieron desembarcar en la ciudad debido a una gran tormenta que impidió la invasión.

Los limeños atribuyeron el milagro a Santa Rosa. Este hecho fue determinante para que el Papa Clemente X, en 1671, la canonizara como primer santo del Nuevo Mundo.

La tradición cuenta que el Papa, luego de oír los argumentos sobre Rosa dijo: “¡Hum!

¡Patrona y Santa! ¿Y Rosa? que llueva flores sobre mi escritorio si es verdad”. Al instante una lluvia de rosas regó el pupitre del Pontífice.

El 24 de agosto del año 1617, después de sufrir una dolorosa enfermedad y larga agonía, Rosa falleció a los 31 años.

Las veinticuatro horas que transcurrieron, entre el día 11 de abril de 1806 y el momento en que Sir David Baird, comandante de las fuerzas de ocupación inglesas en la ciudad holandesa del Cabo en el sur de África, contrariando las órdenes de Londres, dio instrucciones para zarpar al coronel Beresford, el día 12, parecieron haber sido el tiempo en que se planeó la conquista del Virreinato del Río de la Plata. “Si lo es así – dice el historiador H.S. Ferns- ésta es, quizá, la primera ocasión registrada en la historia en la que una operación tan vasta como la conquista de medio continente se decidió en forma tan breve”.

El 25 de junio desembarcaron en Quilmes los 1641 británicos que, casi sin resistencia, tomaron Buenos Aires abandonada por el Virrey Sobremonte quien se replegó hacia Córdoba a fin de organizar la resistencia.

La reconquista de Buenos Aires fue emprendida por el acaudalado comerciante vasco y Alcalde de Primer Voto Don Martín de Álzaga, quien puso su capacidad empresaria a los fines de expulsar al invasor.

Organizó la gesta en base a tres elementos: la caballería gaucha, las tropas regulares del ejército español que se encontraban en Montevideo y la guerrilla urbana.

A Juan Martín de Puerreydón, Álzaga le confió la primera y alquiló una quinta en Pedriel para el adiestramiento. Al marino francés Santiago de Liniers, le encargó el traspaso de los efectivos militares a la orilla occidental del Plata. El propio Álzaga se hizo cargo de la tercera fuerza; los alistados secretamente recibían un sueldo de su peculio.

El mayor inconveniente radicaba en la imprecisión la fecha de la insurrección, pues la misma dependía de una fatalidad meteorológica: “la tormenta de Santa Rosa”. La recurrente sudestada que asola el Río de la Plata durante los días cercanos al 24 de agosto, recordatorio del santoral, y desconocida por los británicos.

Liniers se filtró en el punto más ríspido del vendaval, la noche del 3 de agosto de 1806, sin ser percibido por los marinos ingleses sorprendidos por la virulencia del mismo.

La tormenta se había adelantado a lo habitual y muchos preparativos no pudieron concretarse, como el túnel al fuerte que Álzaga estaba haciendo cavar.

La llegada imprevista de las tropas de Liniers, los gauchos y la irrupción de la guerrilla civil al mando del Alcalde, en la propia ciudad, sorprendió a Bereford y lo obligó a rendirse el 12 de agosto. Dos días después un cabildo abierto sustituye en Liniers el mando militar de Sobremonte y la junta de guerra del 10 de febrero de 1807, la suspensión como Virrey y detención del mismo.

La voluntad popular –fogoneada por Álzaga- destituyó, por primera vez en tres siglos de dominación española, al “alter ego” del Rey. Lo que aconteció en mayo del X con el virrey Cisneros, es sólo un “remake” de aquellos hechos.

Whitelocke, jefe de las tropas invasoras firmó, el 7 de julio de 1807, la capitulación con la obligación de retirarse y evacuar Montevideo dentro de los dos meses.

Sin embargo, Home Riggs Popham, autor intelectual de la invasión inglesa al Río de la Plata, hirió de muerte al dominio español en las Américas. A pesar de sus errores, su visión en general era correcta: “el poder de la monarquía española en América y en especial en Buenos Aires – dice Ferns-   estaba establecido en forma precaria. Poderosos intereses del Virreinato del Río de la Plata buscaban mejores oportunidades para el comercio. La independencia política era una aspiración visible. Buenos Aires tenía gran importancia comercial y económica”.

El 14 de septiembre de 1816, por impulso del representante por San Juan, Fray Justo Santa María de Oro, el Congreso de Tucumán puso bajo el patronazgo de la primera Santa americana, la recién firmada independencia argentina.

Tiempo después, Domingo Faustino Sarmiento, sobrino de aquel sacerdote patriota, se lamentaba que, debido a la “Tormenta de Santa Rosa”, los argentinos no fuéramos súbditos del Rey de Inglaterra.

Los rusos atribuyen al general Invierno, el haberlos salvado varias veces del vasallaje. Los ingleses y americanos al Almirante Tormenta. Soldados y marinos de aquello que señaló Hegel: Dios gobierna el mundo; el contenido de su gobierno, la realización de su plan, es la historia universal.

1 Frase atribuida a Felipe II en razón de la derrota de la “Armada invencible” española.
Ilustración de tapa: Santa Rosa de Lima - Pintura realizada por el Dr. Fernando Klappenbach.
Fotografía: Tormenta de Santa Rosa en el Río de la Plata - Archivo web.