
Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –
La relación de las sociedades con los animales permitiría elaborar una vasta historia que nos llevaría hasta las primeras manifestaciones pictóricas que aún se conservan. Y si nos adentramos en la Edad Media, por ejemplo, advertimos la creciente presencia en los diferentes reinos de Europa. También los civilizaciones precolombinas tenían un manifiesto interés: Todorov en su libro “La conquista de América. El problema del otro” sostiene que el emperador Azteca gozaba de un recinto en el cual se conservaban las especies que los pueblos sometidos daban a modo de tributo. Lo llamaban el zoológico de Moctezuma, acaso el primero en poseer uno.
Por lo tanto, lejos estamos de suponer que su integración sea un capricho contemporáneo. Sin embargo, la densidad que han cobrado las mascotas supera la imaginación de cualquier novelista. Se han convertido en sucedáneos de los hijos, de los amigos, de las parejas. Un perro puede ser considerado perrhijo. Y no se trata de una simple invocación que pretende remediar la ausencia que se alude, sino que – por ese mismo espejismo auto provocado – se lo considera como tal. Ese triste mal entendido los acaba posicionando en un rol que los excede y que sólo puede deparar dificultades. ¿O no les parece angustiante que una persona hable de su gato como si se tratara de su hijo? ¿Y si invirtiéramos los términos? Si consideráramos a un ser humano como una mascota, ¿sería aceptable? Eso nos da una pista acerca del equívoco fragrante que nos toca contemplar. Incluso hay una corriente de opinión muy favorable: ¿Quién no ha oído que prefiere a su pastor alemán que a la gente? No hay dudas de los motivos del favoritismo: es poco probable que se comporte como un sujeto independiente y se atreva a cuestionar sus decisiones.
La red, cada vez más ajustada a nuestros desempeños y anhelos, brindó el marco preciso para que algunos avispados hallaran el modo de aprovechar esta corriente de afecto y han sabido generar espacios específicos para aglutinar intereses: una vez que comprobaron que los perfiles de gatos, perros, hámster, etc. generaban muchas visitas e interacciones (y negocios por publicidad) se dieron a la tarea de generar una serie de petfluencers. Entre los diez más famosos de Instagram tienen más de treinta y cinco millones de seguidores. A veces combinan la cuenta con un canal de Youtube y además, para no dañar su reputación, suelen responder a los comentarios que les ofrecen. Pero parece que el chat no lo habilitan. Una pena, sería interesante examinar cómo se comunica un dogo español con una marmota australiana.
De alguna forma las mascotas reemplazan a la otredad, la anulan. Los animales resultan más convencionales, menos impredecibles. Y por ello proveen de confort sin sobresaltos, sin fracasos, sin ninguna de las falencias que nos hacen humanos. Desconocen la mentira, no saben que van a morir y creen que el mejor de los mundos es el que comparten con nosotros. ¿Qué dirían las mascotas se supieran la mezquindad y el vacío existencial que se pretende disimular con cada posteo?