Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –
La posmodernidad no ha traído aún cambios estructurales, drásticos y de largo alcance como sí lo hizo la modernidad respecto de la Edad Media. Este tiempo del después, el prefijo post refiere a eso, se asemeja al modo en que se compartan los adolescentes con sus padres: desprecian sus enseñanzas y modelos de vida, pero no aciertan a construir uno diferente. Como si sus energías productivas se agotaran en la queja, en la disconformidad con el orden establecido. No es que eso no sea saludable y necesario, pero sin una alternativa, acaba siendo un momento de crisis mas no de transformaciones. La política, por caso, es un referente útil al respecto.
Se podría postular que la modernidad tuvo, al menos, tres proyectos diferentes de organización: burgués-liberal, fascista y comunista. Sin detenernos en las posibles similitudes entre algunos ni tampoco en determinar cuán fieles han sido las experiencias históricas a las teorías que las inspiraron, se reconocen diferencias sustanciales que buscaron imprimir en las sociedades formas, valores y discursos propios, auténticos y con un arreglo hacia el futuro preciso, aunque – por supuesto – nunca alcanzado. La modernidad heredó una notable tendencia teleológica: la certeza acerca de un fin prolífico y confortable para quienes lograran alcanzarlo.
El siglo XXI ha comenzado portando, con orgullo, un solo relato: la feliz ausencia de éstos. Sin embargo, luego de las consabidas celebraciones por la soberanía conseguida, devino la pregunta cuya respuesta sigue pendiente: cuáles serán los nuevos lineamientos ideológicos, sociales, culturales y económicos que caracterizará a los modelos Estatales contemporáneos. Las novedades más salientes están ligadas a la red y a una forma digital de gobierno que no tiene por objetivo más que transparentar los procesos administrativos y facilitar la participación ciudadana a través del control de la gestión y la resolución de trámites a distancia. No vamos a discutir las bondades que reportan tales posibilidades, pero no sólo no tienen ninguna intención de discutir el orden establecido, sino que lo refuerzan. La eficiencia tecnológica se convierte así en un garante de la fiabilidad del sistema capitalista neoliberal. Es por ello que ningún gobierno discute su aplicación (ni siquiera los pocos que no adhieren a ese paradigma), concitando de esta forma una esperanza que no necesita de promesas: es puro presente. Útil, veloz y sin evidencias partidarias. Como un software o como una computadora.
A la política en la posmodernidad le falta tanto para constituir una propuesta capaz de emocionar y comprometer a las nuevas generaciones, que ni siquiera porta íconos, colores, causas transversales, fundantes de un orden social divergente. Causas sectoriales abundan pero la mayoría sólo busca mejorar su condición dentro de un país, región o sector laboral. Cada lucha es urgente, valiosa y noble. De eso no hay dudas. Sin embargo, ninguna es capaz de superar sus anhelos ni supone que seguirá unida luego de obtener las mejoras deseadas. Ya no sólo se delega el poder en las instituciones, sino que también se suspenden las militancias si no hay demanda que lo amerite. Estamos lejos de cualquier escenario confortable, pero por ahora parece que alcanza con gritar, dar un portazo y no sentarse a cenar.