Por Dr. Luis Sujatovich* –
La fascinación por crear una réplica del cerebro ha sido, desde hace siglos, una conducta regular en la humanidad. Uno de los ejemplos más conocidos es la máquina de Pensar de Ramon Llull, que fue un filósofo, teólogo y místico catalán del siglo XIII que desarrolló un sistema filosófico y una herramienta llamada “Ars Magna” o “Arte General”, que incluía una máquina mecánica para generar combinaciones de conceptos. La Máquina de Pensar era un dispositivo mecánico compuesto por discos giratorios, cada uno con diferentes conceptos, letras y símbolos. El objetivo era facilitar el proceso de demostración y argumentación en sus discusiones teológicas y filosóficas. Al girar los discos y combinar diferentes elementos, buscaba encontrar nuevas ideas y demostrar la verdad de sus argumentos.
El sistema de Llull estaba basado en la idea de que ciertos conceptos y verdades podían ser representados por símbolos y que, al combinar estos símbolos de manera sistemática, se podrían obtener nuevas ideas o demostrar la relación entre diferentes conceptos. “Como instrumento de investigación filosófica, la máquina de pensar es absurda. No lo sería, en cambio, como instrumento literario y poético”, sostiene Borges en Textos Cautivos, publicado en 1986.
Las condiciones que postula Borges nos permiten colegir que la falta de criterio responde a una dependencia exclusiva del azar, que no suele dar buenos resultados, a pesar de las expectativas que, con cierta frecuencia, se suelen suscitar. El teorema del mono infinito también se interesa por la misma noción: no es imposible que un número importante de combinaciones pueda dar con una idea apropiada.
La falta de previsibilidad en la producción de textos de la máquina le confiere un rol lateral en la historia de la tecnología, dado que sin una racionalidad que impulse su funcionamiento, los resultados casi nunca guardarán una vinculación productiva con las inquietudes que impulsaron su utilización. Se podría insinuar que la diferencia fundamental con el Chat GPT es la incorporación de los algoritmos, es decir, del orden social, cultural y lingüístico contemporáneo. Podríamos sintetizar señalando que la diferencia es que ahora el mecanismo incluye sentido común. ¿O no es esa la gran diferencia entre ambos?
A veces olvidamos que la eficiencia de los algoritmos radica en que no nos sorprenden, en que se abocan a contestarnos o a proceder bajo una estricta lógica que impide cualquier metáfora convincente. Prueben escribir un texto literario con el Chat y advertirán que no puede salir, jamás, de las relaciones establecidas. Su máximo logro, en consecuencia, son las metonimias. Sin embargo, el no es relevante su impedimento poético, sino más bien que las ofrece para cualquier tema. Por lo tanto, para analizar nuestra época bien podríamos afirmar que preferimos un desarrollo informático que no ponga en tensión nuestra subjetividad. La máquina de pensar no temía relacionarse con el sinsentido, para el chat es inadmisible porque nosotros solo lo aceptamos en tanto una patología. La eficacia ha reemplazado a la imaginación. Y cabría interrogarse ése es nuestro mayor logro tecnológico para comprender nuestra relación con el conocimiento y con el lenguaje.
*Investigador – Profesor Universitario – UDE – Universidad Siglo 21 –
Fuente de la imagen:https://borgestodoelanio.blogspot.com/2017/11/jorge-luis-borges-la-maquina-de-pensar.html