Por Dr. Luis Sujatovich*
La discusión acerca de la cultura nos hace retroceder a la prehistoria. O incluso algunos miles de años más, ya que toda interrogación sobre su sentido nos obliga a establecer un punto de partida fundacional: la humanidad existe porque produce cultura. Discutir su relevancia es poner en tensión la necesidad de los pueblos de sentirse algo más que sujetos atravesados por obligaciones. Todo ser humano produce y reclama, a diario, acciones, símbolos y artefactos que nos remitan a alguna dimensión que nos trascienda.
Si quitamos la cultura nos queda sólo la naturaleza, por lo tanto, anularíamos nuestra humanidad. Es decir, no habría más ley que la fuerza y nuestro ciclo de vida tendría la misma relevancia que la de cualquier animal. Parece una broma de mal gusto que en pleno siglo XXI sigamos con estos temas. Cualquier propuesta que busque lesionar su desarrollo debería considerarse como un intento por limitar nuestro crecimiento como personas. Por un momento imaginemos nuestras vidas sin referencias simbólicas, ancladas en el puro presente de las necesidades físicas, no existirían las individualidades ni la familia, ni la amistad y ni siquiera tendríamos conciencia de su inexistencia. No me es posible imaginar una penuria mayor.
Cabría interrogarse qué pretenden quienes ponen tanto afán en recortar los presupuestos estatales para cultura, ¿devolvernos a la condición de homínidos? Por qué hay tanta fascinación por deshumanizar a los pueblos, tendrían que recordar que para poder gozar de sus privilegios también necesitan de una sociedad que produzco bienes simbólicos, para que ellos puedan apropiárselos. Parece que tampoco tiene capacidad para establecer las mejores condiciones para sus tropelías. Sin humanidad, tampoco habría riquezas.
También es necesario señalar que sin Estado la cultura decrece, ¿o acaso en la Edad Media los reyes no eran quienes se comportaban como mecenas? Lo hacían convencidos de que serían los únicos beneficiados, aunque no era así. Los artistas, la corte y la naciente burguesía también obtenía réditos. Quien crea una canción no sólo produce un movimiento económico en la industria musical, ¿no es cierto?
El peligro de reducir cualquier manifestación a una lógica mercantil debería alertar, incluso a quienes obtienen más ganancias: la dicotomía entre naturaleza y mercado excluye a la cultura, sea porque la anula, sea porque le pone un precio y trata de unificarlas. Quizás eso explique la fascinación por la sentencia de McLuhan: “el medio es el mensaje”. El borramiento de las diferencias es el triunfo del mercado sobre las particularidades de la humanidad. Vaya controversia: un canadiense propone esta celebración, mientras un español, radicado en Colombia, desafía esas lógicas de transacción capitalista y recupera para el sujeto la soberanía del sentido. A veces en un debate entre teorías de la comunicación, se puede dar un enfrentamiento que interpela a los fundamentos filosóficos de la organización (material y simbólica) de una sociedad.
La cultura es tan importante como el pan y el agua, porque – al contrario de lo que sostienen sus detractores – su carencia también determina la existencia. Un sujeto sin nombre, sin memoria y sin representaciones también está degradado de la condición humana.
*Investigador – Profesor Universitario – UDE – Universidad Siglo 21 –
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