Por Dr. Luis Sujatovich – UNQ / UDE
Hay una distinción fundamental que realizar para introducirnos en el paradigma digital y cultural contemporáneo: no es lo mismo consumir un medio de comunicación que habitar la red.
Si durante el siglo XIX y, principalmente, el siglo XX uno de las preocupaciones centrales en relación al desarrollo de las sociedades de masas fue su inestable carácter y el aprovechamiento que los medios inescrupulosos podían hacer de esa debilidad, llegando incluso a establecer recomendaciones para evitarlos. Desde el inicio del siglo XXI esta situación ha ido cambiando. Ya no somos televidentes ni lectores, somos usuarios activos implicados en el proceso de creación, distribución y consumo de los contenidos digitales. En consecuencia, nos involucramos desde nuestra identidad, hábitos y relaciones sociales conformando un variado archivo multimedial de videos, fotos, textos, gustos y rechazos que no sólo conforman la materia prima sobre la cual se edifican (empresarialmente) los diferentes espacios (Facebook, Tik Tok, Instagram, etc.) sino que además constituyen un reducido círculo confortable en el cual sólo tienen lugar, voz y reconocimiento aquellos que acepto como semejantes. Dejando a la otredad como una cuestión difícil de abordar, ¿no es cierto? La potencial multiplicación de la imagen propia en la red acaba constituyendo el espacio y modo privilegiado de estar. De tanto que nos constituye y de la rutilante centralidad que acaba teniendo nuestra prolongada estadía en la red, acaso podríamos pensar que estar allí de a poco nos ha ido ocupando el ser. ¿O acaso pasarse muchos años en alta mar no hace que alguien se reconozca como marinero?
Pero también la red nos promete notoriedad, aunque esté basada en una ecuación que sólo asume una función matemática, pero que a su vez parece sólo estar cimentada en aspectos emocionales mucho nos hace recordar a la fama de las figuras de la televisión. El mecanismo de promoción parece semejante, aunque se presume más democrático: cualquiera puede serlo, sin necesidad de moverse de su casa. El problema se suscita con el lado b: las agresiones y el acoso también pueden multiplicarse. Incluso las fake news tienen su condición de posibilidad en ese enorme espacio, si me parece que es cierto (porque lo siento), la verdad deja de ser un asunto demostrable para convertirse en una cuestión de empatía. Y allí no hay lugar para discusiones, como cantaba fito Páez hace muchísimo años <>.
Por lo tanto, podemos acordar que resulta importante reconocer que la relación que establecemos con la red es diferente (tanto en intensidad, como en complejidad y duración) con el consumo de medios precedente. Además, frente a esta situación, conviene reflexionar sobre nuestro desempeño y no tender hacia la supresión de la digitalización como tema de debate (por último, la necesaria advertencia del dominio de los sentimientos en los intercambios en la red, obliga a redoblar esfuerzos en relación al ejercicio diario de criticidad, porque no se trata de huir ni de censurar, sino más bien de lo contrario: de reforzar nuestras acciones en la red aceptando que la razón también debe cumplir un rol determinante, ya que no se trata de estar en la red, sino de ser. Y como hace varios siglos demostró Descartes: existo porque pienso.