
Por Alejandro Sánchez Moreno* –
“Toda vida humana tiene sus estaciones, y no hay caos interior que dure indefinidamente. El invierno no dura siempre. También existen el verano y la primavera, y aunque a veces, cuando las ramas siguen oscuras y la tierra se resquebraja con el hielo, llega uno a pensar que nunca van a llegar, esa primavera y ese verano llegan, llegan siempre”
Truman Capote
En1999, David Lynch, hizo una película. El nombre original: The Straight Story, La historia recta. En Argentina se llamó Una historia sencilla. A diferencia de otras películas de Lynch, es una película sencilla. A mucha gente, fanática de Lynch, no les gusto por eso. No tenía nada del Lynch que conocemos. Pero: ¿la película es tan sencilla? La historia es real. Un anciano vive con su hija discapacitada. El anciano tiene problemas de salud: un enfisema, pérdida de visión, problemas en la cadera, que casi le impiden caminar. Se entera que su hermano, al que no ve hace diez años porque está peleado, sufre un infarto. El hermano vive a 500 km. Para llegar a él, empieza el viaje en el único medio de transporte que tiene: una cortadora de césped. El viaje se hace largo, la cortadora no puede avanzar mucho por día. El anciano tiene miedo de no llegar a tiempo. Finalmente llega. Se sientan en el porche. En las películas de Estados Unidos, casi siempre hay porches, con sillas mecedoras, techos de madera, enredaderas. Me parecen que hacen más amable la vida. Por un rato se mantienen en silencio. Es de noche, algo hablan sobre el cielo estrellado. El hermano pregunta: ¿viniste hasta acá en esa cortadora? Si, responde. Silencio.
Los italianos tienen un feriado para no hacer nada. Es el 15 de agosto. Se llama ferragosto. Tiene su origen en las fiestas que convocaba el emperador Augusto para celebrar el fin del trabajo en los campos. Ferragosto quiere decir: las vacaciones de Augusto. Ese día, en Italia, hay un éxodo hacia las playas y las montañas. Para muchos, es el inicio del veraneo. En el Il sorpasso, la película de Dino Risi, Bruno, trabajador de un frigorífico, en una Roma desierta por el éxodo del ferragosto, busca un teléfono, tiene que hacer una llamada, antes de ir al mar Tirreno. Es un feriado en el que no se recuerda a un prócer, ni a una fecha de la historia importante. Muchos, también, se quedan en la casa, otros en su negocio, pero no lo abren. Es un feriado para no hacer nada. Es el dolce far niente. La dulzura de no hacer nada.
El viernes es el mejor día de la semana. No importa que haya que trabajar o cumplir con las obligaciones cotidianas. Al final del día, no importa la hora, empieza el fin de semana, la sensación es de alivio. Son dos días, muy poco, pero el viernes, la sensación es que es una eternidad.
Viernes de otoño. Las hojas alfombran las veredas. Está muy bien que la recolección municipal no las junte. Dos de la tarde. Hay luz hasta las cinco y pico. Sin pensarlo mucho, para hacer cosas hay que pensar poco, vamos a Donatella. Son 36 km desde la rotonda. No es víspera de fin de semana largo, entonces la ruta está vacía. Primero, pasamos por Oliden. Ahí hay una panadería de más de cien años. Parece que está cerrada. Hay que tocar la puerta fuerte. Los dueños viven ahí. Hacen sus cosas y cuando alguien llama, atienden. Una vez con Guillermo, tomamos algo en un almacén, que en la parte de atrás tenía un mostrador. Una mujer de mediana edad, con un delantal sucio de comida, nos sirvió fernet en dos copas grandes, de vidrio grueso. Ya viene poca gente, nos dijo. El trabajo en el campo es poco. Acá quede sola. En la vuelta, decíamos, que se la teníamos que presentar al Negro.
Después viene Bavio. Ahí ya es más grande. Está la fábrica Vacalin, dulce de leche, manteca y helados. Tiene unos camiones, parecidos a los de las petroleras, pero en vez del logo de Shell o YPF, dice Vacalin. Cuando los veo, pienso: vaciarlos en una pileta y remar en dulce de leche.
Llegamos a Donatella. Falta una hora para que se ponga el sol. Nos sentamos afuera. Enfrente, la ruta y la escuela. Más atrás el campo, verde y llano. Una mesa redonda, sillas de aluminio, con propaganda de Manaos. Un sándwich de matambre casero gigante, dos gaseosas.

El rincón de Donatella queda en el paraje Starace, partido de Magdalena. Antes de llegar, un cartel en la ruta: Donatella, pasta fatta in casa. Una familia italiana, los Boffa, compro el campo. Antes, bastante antes, era una parada de reseros. Yo tengo sangre resera. Mi bisabuelo materno, Alejandro Moyano, era resero. En una película de 1948, Río Rojo, un hacendado tiene que atravesar todo Estados Unidos, llevando diez mil cabezas de ganado. Es un hecho real. Fue el primer traslado masivo de ganado. Una madrugada, la caravana sale. Un grito del capataz, inicia el recorrido. El Director toma en primer plano la cara de los vaqueros, cada uno con su grito para arrancar la travesía.
La casa de campo de Donatella tiene techos altos para que sean más frescas en verano. Cuando se hizo no existían los ventiladores. Al costado una matera, ahí se juntaban los gauchos. Cerquita, antes también, estaba la zanja de Alsina. Atrás, en el campo, hay un frontón, influencia de los vascos que se desperdigaron por toda la provincia. En la pared de un mostrador largo: fotos de Darío Vittori, Silvia Pérez y Pablo Codevilla.
En el barrio Decano Funes, Eugenio y Sara, tenían muchos amigos. En un predio, que era el campo de deportes de la escuela San José, una empresa constructora de viviendas, hizo un barrio. La escuela San José tiene un edificio en pleno centro. Todavía hoy, el escritorio de los profesores está más alto que los pupitres de los alumnos.
Un local en el centro te recibía con una maqueta. La maqueta era hermosa: casas con techos de tejas, espacios verdes, parques con juegos, salón uso múltiple, sala de cine, canteros con flores. Para entrar pedían fotocopia de DNI y 250 pesos. El primer año de cuotas era para pagar el terreno. Luego de eso, empezaba la construcción de las viviendas. Un video promocional, mostraba a Decano Funes, el empresario, cortando el pasto en un tractorcito. Creo, que para el video, no se sacó el saco. El plan de pago era de diez años, cuotas fijas. Estaba la posibilidad de licitar cada seis meses. El barrio estaba dividido en módulos. En cada módulo: seis departamentos. El de abajo tenía patio atrás y adelante. El de arriba tenía un entrepiso que podía ser una habitación del tamaño del departamento. Lo entregaban sin escalera. Al departamento del medio, los otros dos, le hacían sanguchito. Barrio residencial Decano Funes Los Hornos, le decía la empresa, a los monoblock.
Las calles internas eran bastante seguras. Si bien eran públicas, los autos que no vivían en el barrio, andaban poco, algún remis o alguna visita. Los chicos estaban mucho en la calle. Jugaban al futbol, a la escondida, los más chicos sacaban los juguetes afuera, andaban en bicicleta. Desde los balcones, los padres miraban. Con un grito, llamaban para tomar la leche. Se parecía bastante, a la vida de antes.
Nahuel cumplía años. Doce o trece. La fiesta era en una casita. Con lugar para los chicos y animador. Invito a los amigos y aviso que podían llevar los hermanos, que casi siempre eran más chicos. Eso, también, se parecía a la vida de antes. Eugenio fue con Sara. Estaban todos los amigos. El animador contaba chistes por el micrófono. Los chicos estaban sentados en ronda. En un momento empezó a pedir que subieran, los que quisieran, a contar uno. Agustín y Eugenio, la mandaron a Sara. Antes, le dijeron que tenía que contar. Sara: Ongo y Onga se fueron al rio. Onga se ahogó. Ongo: ¿por quién lloro? Por Onga.
Mi papá nos llevó a ver Bernardo y Bianca. Era una película de Disney. Dos ratoncitos vivían un montón de aventuras. En mi recuerdo, no voy a chequear, eran hermanos. Mi papá, a veces, bastantes, no vivía en mi casa. Esta era una de las salidas cuando él no estaba. A la salida del cine queríamos tomar licuado de banana con leche. Los mejores de La Plata, los hacía el bar lácteo Don Julio. Los servía en jarra de plástico y un vaso de vidrio que venía lleno. Con un solo licuado tomabas más de un vaso. Igual que ahora. La salida del cine era tarde. Mi papá nos llevó a un bar del centro que ya no está más. Cuando pedimos licuado el mozo puso cara rara. Fuimos a otro bar, tampoco había. Una confitería que estaba cerca, tampoco.
Cosas que hacer si en Argentina tuviéramos un ferragosto.
Comprar muchos paquetes de palitos con sabor queso. También una seven up sin azúcar bien helada. En otra época estaba Teem. Tenían una propaganda genial: después de atravesar el desierto, llegaba a un bar, un vaquero desierto. En una alforja detrás del mostrador, estaban las Teem con hielo. Para asombro del barman, el vaquero pide primero papas fritas.
Sentarme en un sillón a ver películas, series y televisión. En un capítulo de Los Simpsons, la familia viaja y Homero queda solo, una semana más o menos. Cuando la familia vuelve, Homero, nunca se movió del sillón.
Mirar toda la saga completa de El Señor de los anillos, con Sara y Eugenio, en modo maratón.
Salir a caminar, que empiece a llover, seguir caminando.
En la ruta, ver un cartel con el nombre de un pueblo o un paraje, por ejemplo, Uchaca. Entrar, recorrer, mirar, parar, preguntar, comer.
Viajar en la máquina del tiempo: llegar al patio de la casa de mi abuela, la tía Celia va al almacén de Alfano, Beba prepara la leche en las tazas grandes de cerámica que compro para nosotros, Horacio va y viene, siempre trabajando, la radio suena, tangos o futbol. La mesa a la sombra. El loro pelea y pide comida: “la papa rica”. Los perros andan y andan sin parar.
Entrar a un súper mercado y comprar sin mirar los precios.
No salir, todo el día, de la cama.
Mirar en el diario la cartelera de cine. Elegir la película. Llegar al cine media hora antes. Comprar pochoclos o garrapiñadas de almendra. En un bolsillo llevar chocolates, en el otro una gaseosa. Termina la película, esperar si en los créditos hay alguna escena extra. Salir despacio. Elegir un lugar para comer, preferencia una pizzería. Cine y pizza: la salida perfecta.
Comprar un kilo de helado: vainilla, crema americana, dulce de leche y algún gusto raro, por ejemplo, mascarpone. Comer el kilo en una tarde.
Empiezan las vacaciones. Un mes antes, abrir un mapa del mundo. Cerrar los ojos y marcar un lugar con el dedo. Portugal. Ir a la agencia de turismo. Sacar el pasaje, contratar el hotel.
Sentarse afuera, simplemente, a mirar el mundo.
Escuchar, de la noche a la mañana, la música que te gusta, a un volumen considerable, o sea, alto.
Terminar un libro.
Bañar los perros.
Visitar un amigo.
Extrañar un amigo.
Tomar dos micros, por ejemplo el 506. Bajar en Plaza San Martin. Esperar el micro que te lleva a Punta Lara, el 275. Subir, el viaje dura una hora o más. Encontrar asiento. Bajar en la calle de la costanera. En la cuadra de los negocios, antes de llegar a la casa, encontrar a tu papá.
Comprar temprano, fiambre: mortadela, matambre, queso de máquina y uno más picante. Cortar todo en cubo o en tiritas. En una tabla poner el fiambre, los quesos. Abrir los frascos de berenjenas al escabeche y morrones en aceite que están en la heladera. Cortar en rodajas el leberwurst. Calentar el pan. Abrir una lata de pate foie. Preparar un vermú: rodaja de limón, jugo de limón, medida de vermut, seven up fría.
Tener a upa a tu gato.
Manejar con la radio que te gusta.
Pensar en nada.
Entrar al negocio que vende las remeras estampadas: comprar una con Don Ramón.
Preparar el mate y salir a pasear.
Termino de trabajar. Apago la computadora, me aseguro que el monitor no quede prendido. Guardo la lapicera y el anotador en el cajón. Lavo la taza y empujo la silla contra el escritorio. Descuelgo la mochila y la campera del perchero de madera que es de otra época. Saludo con un hasta mañana, con la voz alta para que escuchen. Bajo por el ascensor. Como es la tarde avanzada, viene rápido, hay poca gente en el edificio. Espero el micro en la parada de abajo. Llega rápido. La mitad del recorrido voy parado. De a poco me fui para atrás. Conozco varias caras y sé dónde bajan. En la entrada a Los Hornos consigo asiento. Bajo a dos cuadras de casa. Entro por el portón que no cierra. Doblando por la calle tierra viene Eugenio en bicicleta. Me pasa, con una sonrisa dice: hola pa.
https://medium.com/@alesanchezmorenolh/ferragosto-9b762551f183
*Colaboración para En Provincia.
Fotografía: Archivo web.