Por Andrés Mazzitelli –
Nosotros éramos realmente unos canallas. En serio le digo, y no hace tanto tiempo. Posiblemente Usted también. ¿Dice que no? Mejor haga memoria, vea.
Nosotros dejábamos azul de humo de cigarrillos todos los lugares habidos y por haber. Fumábamos hasta en ascensores atestados o en el transporte público, echábamos cancerígeno humo a niños, bebés y animales domésticos.
Ni bien dábamos cuenta del postre, fumábamos como si tal cosa en la sobremesa y hasta apagábamos con displicencia la colilla en el plato o en la taza de café como si fuera un cenicero. Eso hacíamos. Éramos unos auténticos miserables.
Contábamos chistes de gangosos, rengos, ciegos, sordos, moribundos, enfermos, chistes machistas denigrando a la mujer, chistes de gays llamándolos “putos” y ridiculizando su sexualidad, chistes donde incluso se podía extraer morboso humor de situaciones tan escabrosas como una violación o un abuso.
Disfrutábamos con avidez de humoristas que explotaban esa línea de pensamiento. Lo llamábamos “transgresor” y detrás de ese escudo íbamos a la carga parapetados, como espectadores o como actores, en un risueño y descerebrado “vale-todo”.
De chiquitos también éramos lo que éramos. Mirábamos dibujos animados donde los simpáticos personajes animalitos se tiraban con dinamitas, pistolas, ametralladoras y bombas, todo marca ACME, por cierto. No distinguíamos la violencia explícita en esas imágenes que nos causaban tanta gracia.
Hace poco, ante el estreno de la película “SPACE JAM-Una Nueva Era”, se volvió a emitir por CARTOON NETWORK la versión de 1996, con el entonces jugador estrella Michael Jordan, como estrategia obvia para apuntalar el estreno en cines. Créase o no, la película YA HABÍA CADUCADO. Había escenas en las que el chanchito Porky y Bugs Bunny, parodiando a los gansters de Tarantino, en PULP FICTION (John Travolta y Samuel L. Jackson) sacaban pistolas y arremetían a los balazos contra los malos” de la película.
Había incluso chistes supuestamente ingeniosos de contenido sexual solapado. Todo eso funcionó muy bien en 1996 como película infantil. Pero en 2021 CARTOON NETWORK tuvo que prevenirse y sobreimprimió en las escenas mencionadas cartelitos simpáticos que advertían que no era bueno usar armas de fuego, por las dudas.
Y en la música sucede algo parecido. Por ejemplo la canción “Bailando con tu sombra” de Víctor Heredia, que triunfó en Viña del Mar 2004 en el rubro “Canción Folklórica” cantada nada menos que por un joven Abel Pintos, hoy día se torna compleja de cantar para quienes reparan en su letra.
No es tan fácil ahora conmoverse con los pensamientos del asesino que está en la cárcel lamentando haber matado a la mujer que amó. Ahora nos conmueve la víctima, por suerte, pero este dolor no figura en la canción.
Tampoco pueden dejar de hacernos más ruido que música canciones como “Vení Raquel” (1989-Auténticos Decadentes). Lo que antes nos parecía divertido mientras sonaba y hacíamos trencito en una fiesta de casamiento, hoy está clarísimo que se trata de una situación de acoso de una mujer por parte de algo semejante a una patota.
No debe ser casual que en el Unplugged grabado por esta banda para el canal MTV en 2018, esta canción se incluyó sólo en un fragmento en forma instrumental y mezclada en un popurrí de otros temas. La banda no cantó “Como solo no me animaba, fui hasta el café, busqué a mis amigos y la encaramos en barra”, mucho menos teniendo en cuenta que una de las artistas invitadas era nada menos que la chilena Mon Laferte, férrea activista por los derechos de la mujer.
Entiéndame, por favor. Esto no significa que hacer arte hoy día signifique caminar por un campo minado. El buen arte atraviesa los tiempos y no caduca nunca. “Apocalypse Now” de Francis Ford Coppola sigue siendo un alegato contra la guerra y la miseria humana tanto ahora como en 1979 cuando se estrenó. Igual que “La Naranja Mecánica” de Stanley Kubrick (“A Clckwork orange-1971). Pero ya no nos podemos hacer los distraídos en algunos temas puntuales.
Muchas cosas han cambiado. No tantas como necesitaríamos, pero por lo menos algunas. Por ejemplo, esos hábitos extraños, como hacer safaris y colgar después la cabeza de los pobres animales en las paredes, o sacarnos una foto orondos y sonrientes, apoyando el rifle y el pie sobre el cadáver de una elefanta. Hacíamos ese tipo de cosas no por dinero, sino por placer. Y si no lo hacíamos, tampoco nos parecía mal que otro lo hiciera. A mí personalmente ya me están molestando incluso las fotografías de pescadores sosteniendo el pobre pez muerto.
Apostábamos a carreras de galgos, riñas de gallos, contemplábamos fascinados el sangriento espectáculo del asesinato de un toro o su reverso de moneda: la espantosa muerte de un torero, el maltrato brutal de los jinetes armados con filosas espuelas en las suaves ancas de los caballos en las domas y jineteadas.
Disfrutábamos también de los circos y los zoológicos llenos de animales de miradas tristes, sin preguntarnos demasiado, después de todo, podíamos ver un león o una orca sin tener que viajar o exponernos a que nos devore.
Cuando dije que éramos unos canallas, no estaba exagerando. Lo éramos. Pero mucho de eso por suerte poco a poco va terminando. No se de qué hablarán ahora los humoristas, pero tendrán que surfear en sus textos con habilidad para no meter la pata y ofender a alguien mientras intentan hacer reír. Algo se les ocurrirá. Después de todo, tendrá que nacer una nueva forma de humor. Ya era hora.
Muchas cosas caducaron en el arte, en los medios de comunicación, en las costumbres domésticas y colectivas. Teníamos que dejar de ser esos canallas alguna vez. O empezar de dejar de serlo, al menos.