Por Martín Zuccato.
Si yo le dijera ahora que el telar mecánico que se utilizaba en Manchester a fines del siglo XVIII y que las locomotoras alemanas del siglo XIX, así como el fabuloso Ford T de los albores del Siglo XX respondían a cierta ideología, Ud. señor lector podría sorprenderse, ya que lo usual es pensar que esos y otros inventos técnicos que revolucionaron al mundo nacieron impulsados solamente por las necesidades humanas de abrigo o de transporte, entre otras. Pero lo cierto es que las 3 revoluciones industriales ocurridas en los 3 siglos que precedieron al actual, responden a la lógica capitalista. Los beneficios de esas sucesivas explosiones técnicas y económicas aún demoran en alcanzar a todas las capas sociales, y debieron transcurrir guerras, revoluciones y el nacimiento de nuevas ideas políticas que actualizaran ese capitalismo primitivo de modo tal de obligarlo –si no le gusta el término ponga adaptarlo – para que cumpliera también con un fin de progreso social integral, además del siempre apetecible progreso económico individual.
Ahora bien, ¿qué es lo que pasará con esta cuarta revolución que estamos atravesando, basada en la llamada inteligencia artificial, en la acumulación creciente de datos, en el uso de algoritmos para procesarlos, y en la interconexión masiva de sistemas y dispositivos digitales, que además -supongamos que de casualidad- vino a tomar un gran impulso con el aislamiento social impuesto en todo el mundo con motivo del Covid 19?
Pues sin duda esta Industria 4.0 puede traernos grandes beneficios. Cito un par: en biotécnica, la carga de millones de antecedentes de salud procesados permitirá realizar diagnósticos que anticipen en muchos años la posible aparición de enfermedades; o en robótica, la que facilitará que millones de humanos ya no se embrutezcan en tareas rutinarias o se pongan en peligro en trabajos de riesgo.
Ahora bien, también tenemos que ser realistas y considerar seriamente si en Silicon Valley o en Pekín, los creadores de esta revolución están siendo impulsados por sentimientos tan altruistas como los que he mencionado o si, nuevamente, es el progreso económico individual lo que mayormente los impulsa.
Porque de ser así, tenemos que pensar en que va a pasar con esos trabajadores desplazados por la robótica, sector donde por ejemplo, la función de un tractorista está desapareciendo, reemplazado por el control a distancia de una maquinaria agrícola robot, la que, a su vez, no tiene porqué estar necesariamente en manos de una PYME, ya que bien podría ser manejada desde la misma central de John Deere. Y así seguirán expandiéndose los efectos de la Industria 4.0, hasta alcanzar a todas las profesiones, como los círculos concéntricos que produce una piedra al caer en el agua, y como ha sucedido con las anteriores evoluciones técnico-económicas.
¿Es socialmente positivo que millones de personas trabajen gratis varias horas al día cargando datos y más datos en grandes bancos que, como Facebook, los aprovechan sin control alguno en su exclusivo beneficio, cuando no con fines directamente ilegales?
¿Sabemos realmente hasta qué punto y con cuales fines estamos siendo observados y parametrizados por nuestros dispositivos inteligentes, que cada vez son más (autos, casas, heladeras han venido a sumarse) los que enlazados entre sí, persiguen el sueño –o la pesadilla- de “la internet de todas las cosas”, sumando y multiplicando información valiosa en términos económicos, sin entregar nada a cambio ni dar garantías acerca de su destino final?
¿Sabemos cuándo colocamos nuestras huellas digitales o pupilares en un teléfono inteligente, que esa información sensible podría ser almacenada por una empresa china, país donde rige un concepto muy diferente al nuestro acerca del derecho a la intimidad y a las libertades individuales?
¿Tenemos acaso la certeza que los patrones californianos de esta cuarta revolución van a velar porque sus engendros en base a circuitos integrados no afecten aún más al ecosistema y aseguren el desarrollo sustentable?
La verdad es que no, y que lo más probable es que haya que bregar para que toda la humanidad se beneficie con ellos. Por lo tanto, ya es hora de dejar de creer en cuentos de hadas, o de robots, y empezar a entender que la escala de valores y de intereses que hay detrás de tanta maravilla electrónica, no es necesariamente la nuestra, y que aquí es donde se bifurcan los caminos: uno conduce hacia un mundo con mejor calidad de vida, y el otro a explotar al ser humano como nunca antes.