Dr. Martín Zucato –
Era abril de 2020. La cuarentena recién empezaba. Todos hacíamos pan casero, aprendíamos a cocinar, a tejer, a tocar la guitarra. Nos quedábamos en casa y creíamos en los discursos de la televisión.
La chica de la patineta no.
Yo la vi una noche de frío, bajando por 15 hacia la 32. Sola, en skate, y disfrutando del viento en la cara.
Ella me dijo, –“yo no tengo a nadie, no creo en nada. Para mí la secundaria ya terminó, no tengo más a mis compañeros, y no tengo abuela a quien cuidar. Ni abuelos que me quieran, que piensen en mí, que me esperen con una torta en la casa. Caímos en un limbo, del que no saldremos jamás. Yo no me quedo en casa, no me cuidan ni tengo a nadie para cuidar”.
-“Me gustaría aprender a esquiar, pero las montañas están muy lejos para mí. Solo tengo el viento frío en la cara, y una noche triste de juventud con sensación de eternidad. No quiero pensar. Solo tengo esto para disfrutar”.
Mi compañera de control urbano se metió en la patrulla, como diciendo “arréglate vos”.
La dejé ir, diciéndole: -“cuidate, pensá en vos y en los demás”.
Sonrió un poquito y me dijo “chau gracias”.
“¡Gracias a vos!”, casi le dije, sin pensar.
Hoy es octubre de 2020, la chica de la patineta volvió a pasar. Ahora le da el viento cálido en la cara, y ya no tiene ni la esperanza de festejar con su promoción. La saludé, pero ella ni me vió. Iba atenta a su ruta, como todo buen esquiador.
Me quedé pensando si alguien habrá pensado en su situación, o si en abril tendría razón.