
Por Alejandro Sánchez Moreno* –
Acompañaba a mi papá a caminar después de la cena. Sin rumbo, al club o al boliche. Él tomaba vino y yo una Coca Cola. Una de esas noches veníamos hablando de algo que me dolía, la panza o un brazo. Adelante, un hombre de más o menos la edad de mi papá, iba del brazo con una mujer. En voz alta mi papá dijo que si había algún médico bueno en el barrio podíamos hacer una consulta. Mientras pasábamos el hombre se dio vuelta con una sonrisa.
Con dieciséis años dejaron de llevarme al pediatra para pasar a un doctor de adultos. Cuando entre lo reconocí. Era el hombre que habíamos cruzado esa noche y era además el médico que cuando éramos chicos y estábamos enfermos, venía a casa con un portafolios. Hacia las visitas a domicilio después del horario del consultorio.
Fue la primera gran impresión que tuve en mi vida. Un hombre bajo, corpulento, con bigote y peinado de la década del cincuenta me hizo entrar. Después de revisarme como se revisaba antes: la sábana blanca limpísima y que olía de maravilla, para decir treinta y tres, el estetoscopio para escuchar el corazón y los pulmones, las preguntas, si fumaba, si tomaba droga, si hacía deporte, que comía y lo que más me llamo la atención, me pregunto si leía o escuchaba música. Al terminar la revisación dijo algo en ese momento me sorprendió y que ahora me da risa: hay que cuidar la flauta porque el concierto es largo. Era el médico de las frases. Fui seguido en esa época por un golpe en la cabeza jugando al futbol. Hablaba más de otras cosas que de la consulta. Eso me encantaba. Otra frase: si un médico te dice no comas esto, no tomes esto, no hagas esto, ¿qué tenés que hacer?, se quedaba un ratito en silencio como dándome la posibilidad de contestar, y remataba: cambiar de médico.
En un control en el año dos mil y pico, la bioquímica me contó que esa mañana había ido a ver al doctor Marelli, a sacarle sangre, que estaba muy mal, que había dejado de atender y que salía poco.
Poco después una noticia en el diario: murió Roberto Marelli, el médico de Estudiantes campeón del mundo en la final de Old Trafford en Inglaterra. Había nacido en 1930 en una familia humilde de La Plata, los datos sobre su vida dicen que trabajaba de obrero en el Astilleros Río Santiago para pagarse sus estudios universitarios, que se inclinó por ser médico clínico, que atendía a los chicos de los Institutos de menores, que en 1967 fue convocado por Zubeldía y que además de médico construyo un ascendente entre los jugadores de tal modo que muchas veces daba él las charlas motivacionales. En Inglaterra llevo el plantel a la ciudad y al lugar donde nacieron Los Beatles, para que tomen de ejemplo su esfuerzo y su persistencia. El día del partido escribió en una pizarra: “Hoy se enfrenta un grupo de jóvenes que defienden los ideales de América contra una sociedad anónima inglesa”. Marelli era una rara avis en el ambiente del fútbol. Un médico politizado con ideas de izquierda que no ocultaba, en la época de la dictadura de Onganía. Volvió a ser convocado en 1975 en Estudiantes, esta vez por Bilardo, que era parte del plantel del 68. De nuevo volvió a Estudiantes en 1982 otra vez con Bilardo, era el Estudiantes de Sabella, Ponce, Russo, Trobbiani, Gottardi. En el 86 Bilardo se lo quiso llevar al mundial pero ahí dijo que no. Cuando Bilardo volvió a Argentina con la copa, lo primero que hizo fue visitar a Marelli.

Hasta acá más o menos la biografía oficial. Yo sabía algunas cosas más: mi papá y él se hicieron amigos en la nocturna. El doctor aplicado en la Facultad no había terminado la secundaria a tiempo. Me contaba que le encantaba jugar al futbol y que lo hacía muy bien. Era un cinco zurdo que se hacía dueño de la mitad de la cancha. Jugaba y metía y cuando tenía la pelota, con la mano tomaba distancia de los que venían a marcarlos, sin tocarlos, imponiendo autoridad. Ganaron varios campeonatos intercolegiales con un equipo que tenía tres o cuatro que jugaban en la reserva de Gimnasia. Cuando le gustaba una chica se paseaba por el lugar con unos libros bajo el brazo, creyendo que con eso iba a despertar su interés. En la pizzería Los Polos, que tenía un mostrador gigante en círculo, hablaba de Neruda, de Juan Rulfo y de Galeano.
Me gustaba ir a lo de Marelli. Me hacía mejor lo que decía o contaba que el tratamiento. El consultorio era su hogar. Paraba al mediodía paraba para comer algo rápido. Atendía hasta la noche, hasta que se iba el último. Los turnos eran por orden de llegada. Nunca tuvo secretaria, hacia todo él: las recetas, las órdenes para los estudios. Te acompañaba hasta la puerta. La sala de espera estaba llena. Dicen que cuando es así quiere decir que el médico es bueno. Marelli estaba enojado con la tendencia que empezaba, de la especialización de la medicina. Decía que un médico tiene que saber diagnosticar y que para eso las especializaciones no sirven. Un primo mío tenía problemas digestivos, Marelli lo reviso y dijo ulcera de duodeno. Lo vamos a confirmar con un estudio. El estudio lo confirmo. Si te atiende uno de los que forman hoy te manda directamente a la máquina, decía.
Marelli nunca cambio de consultorio ni de casa. En esa casa nació y en esa casa murió. Las caminatas que le encantaba hacer después de la cena las cambio de horario cuando nacieron los nietos. Del barrio hasta el bosque por la diagonal de los jacarandas. El consultorio sigue estando en el mismo lugar. Ahora atiende el hijo que es cardiólogo. En las habitaciones de arriba se hacen estudios. Sigo yendo, pero no me gusta ir tanto porque ya no está el cuadro con la caricatura del doctor Marelli en una banquetita tomandole el pulso al mundo.
https://medium.com/@alesanchezmorenolh/el-pulso-al-mundo-be8ec4f1e675
*Colaboración para En Provincia.
Fotografía: Archivo web.