
Por Dr. Luis Sujatovich* –
La permanente disponibilidad de información en la red no ha tenido una incidencia positiva en el periodismo contemporáneo. Esta situación constituye, sin dudas, una contradicción difícil de abordar: a mayor cantidad de recursos, menor calidad. Inferir los motivos resulta una labor que nos está vedada, porque no podemos ser protagonistas y a la vez analizar con objetividad aquello que nos está sucediendo. La distancia temporal es necesaria para atribuir un concepto a una etapa de transformaciones.
Sin embargo, si se revisan los últimos diez años del periodismo, es posible advertir que tener todas las fuentes a un clic de distancia sólo ha conducido a la pauperización de los contenidos, a la ausencia de creatividad y a la pereza mediática: ningún formato innovador ha podido crearse al amparo de un medio de comunicación. La única forma de relacionarse con la innovación es haciendo crónicas al respecto. Así como los historiadores de la filosofía no deben considerarse filósofos, tampoco los periodistas – aunque trabajen en las plataformas más actuales – merecen una consideración especial.
Estas particularidades, o, mejor dicho, estas carencias, bien permiten entrever algunos de los motivos que instan a las nuevas generaciones a informarse en las redes sociales: si los medios no abordan con solvencia la presentación de las noticias y carecen de inquietudes que permitan reconocer el uso de herramientas digitales en favor de una renovación de los formatos, ¿cómo anhelar que mantengan su vigencia? Si un texto se escribe con pereza, ¿qué reacción espera obtener?
La cuestión estriba entonces en admitir que poca información significa baja calidad, y de ese pacto de lectura es muy difícil salir indemne: nadie estimará que podrá hallar en nuestro trabajo algo digno de su atención, en consecuencia, cuando quiera enterarse de un acontecimiento que le importe, desestimará nuestra propuesta. Decirle, a la sociedad, cada día, que no tiene que hacer ni el más modesto de los esfuerzos para comprender los sucesos del mundo, es proponerle un ejercicio de empobrecimiento cognitivo que nos llevará a la peor ruina que puede sufrir un periodista: convertirse en un pasatiempo.
La comprensión de una noticia no se acaba con la lectura del titular, pero para convencer a que prosigan leyendo (o mirando u oyendo) hace falta algo más que sentido común, frases hechas y recursos discursivos del siglo pasado.
La creatividad parece estar castigada a una labor miserable: engañar para que un despistado ingrese en un contenido esperando una información que nunca estuvo allí. ¿Y cuál ha sido el resultado de insistir con esta precariedad lingüística? El progresivo abandono de la sociedad: el deterioro periodístico también tiene su faceta cuantitativa (acaso la única que no admite segundas interpretaciones) y aún así se repite en un ejercicio peligroso, pues parece acercarse más a una decadencia (que se acabará manifestando como un monólogo), que a la recuperación de su rol social y político dentro de la esfera pública.
El periodismo cree que se asegurará la existencia logrando que sus publicaciones no se distingan de las que abundan en las redes sociales, y es así, precisamente, como va camino a su extinción.
*Investigador – Profesor Universitario – UDE – Universidad Siglo 21 –
Fuente de la imagen: la imagen ha sido creada con IA: https://th.bing.com/th/id/OIG4.PS.lJ05iepLVQ1s1CPgv?w=1024&h=1024&rs=1&pid=ImgDetMain