
Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –
La fascinación humana por transformar objetos inanimados en seres con voluntad tiene una larga historia. El rabino Judah Loew pergeñó a finales del siglo XVI la leyenda del gólem: un gigante hecho de arcilla o de hierro (según las versiones) que fue creado para defender a la comunidad de los atropellos de las autoridades católicas y políticas durante la Edad Media. La leyenda sostiene que un grupo de rabinos pudo insuflarle vida gracias a una serie de misteriosos rezos. A pesar del éxito inicial, el gigante se volvió muy agresivo y el rabino estuvo obligado a recluirlo en el altillo de su sinagoga en Praga, para evitar que continuara matando inocentes. La orden de no quitarlo jamás de su escondite aún hoy sigue vigente.
Mary Shelley, gracias a su participación en un concurso literario organizado por el gran poeta Lord Byron en 1816, también hizo su aporte al sueño de crear vida con Frankenstein. La mezcla entre el oscurantismo medieval y la experimentación tecnológica moderna le dan un sesgo notable: es el paso entre dos épocas, que si bien son diferentes se unen en el mismo anhelo. El desenlace es semejante, dado que como el monstruo no cesa en ocasionar desastres, su creador, Víctor Frankenstein muere en el helado mar del Polo Norte tratando de capturarlo, arrepentido de haberlo construido.
El siglo XXI también está intentando de otorgarle existencia autónoma a una figura. No hay dudas que los materiales son más sofisticados y que no hacen falta alocuciones cabalísticas ni andar de noche por los cementerios: basta con ir a la universidad. No hay dudas de que la posmodernidad confiere a sus materiales un resplandor de limpieza y prolijidad que la destaca. No es lo mismo tratar con barro, hierro oxidado, cuerpos mutilados, tornillos gastados y cables rotos que hacerlo con plásticos y chips diseñados con un alto nivel de sofisticación. La diferencia es importante dirán los especialistas, ellos tratan con ciencia y tecnología, no con literatura ni con relatos medievales. Es cierto. Sin embargo, ¿estamos seguros que no los impulsa el mismo deseo? ¿No se podría encontrar una continuidad entre los anhelos de los programadores, los antiguos relatos compensatorios y la literatura fantástica? ¿No es la misma fantasía pero con diferentes materiales?
Quizás sí haya una diferencia muy importante: hasta hace poco tiempo se trataba sólo de historias. Es decir, de expresiones nacidas de la imaginación que buscaban atemperar las angustias o desarrollar la imaginación. Eran apenas ejercicios que propiciaban el goce literario y que indicaban intereses sin resolver. En cambio, la robótica avanza con más decisión que el gólem y quizás con menos control que Frankenstein.
Antes los monstruos se hacían con las manos y por lo tanto su destrucción también era accesible para una sola persona. La tecnificación digital ha quebrado el delicado equilibrio entre la imaginación y la realidad. Hemos desatendido a Goya y ahora tendremos que lidiar con los sueños que engendró la razón.